jueves, 16 de diciembre de 2010

Cumpleaños (V)

¡Cinco años! Todos los años me llevo la misma sorpresa al comprobar que he conseguido mantener este blog abierto durante tanto tiempo. Ha tenido altibajos, épocas en las que escribía muy poco o rachas con entradillas de compromiso, sin nada interesante que aportar. Pero también he tenido otras de mayor inspiración y, al fin y al cabo, son estas las que merecen la pena, ¿verdad?

Este aniversario, que es medio redondo, es un buen momento para hacer balance y mirar como un conjunto lo escrito, a ver si se puede sacar alguna conclusión de todo esto. Porque en el momento de escribir no hay ninguna intención más allá de volcar la reflexión del momento, en ocasiones meditada, cuidada y más o menos bien presentada, en ocasiones vomitada a duras penas, sin poder contener el impulso. Sólo con el tiempo se pueden estudiar las capas de texto acumuladas, investigar los estratos superpuestos y buscar relaciones, tendencias, patrones... Ver cómo algunos temas han acabado destacados en la nube de tags o mi propia manera de ver este pequeño rincón de Internet.

Y es que, a medida que se ha ido haciendo mayor, mi idea de lo que cabe o no cabe en el blog ha ido cambiando. Podría decir que he aumentado poco a poco el nivel de exigencia y ya no me siento cómodo escribiendo cualquier tontería y publicándola (aunque quizá, al leerme, penséis lo contrario :p ). O podría decir que este (meta)tema es el verdadero hilo conductor de este blog, la constante reflexión sobre lo escrito, tanto en forma como en fondo y no hay más que echar un vistazo a los archivos para poder encontrar unas cuantas entradas reflexionando sobre ello.

Por que en el fondo, esa es la clave, la reflexión. En las entradas más antiguas no encuentro más que acumulaciones de datos, apuntes a vuelapluma, como una forma de expresar unas ideas que se acumulan, pero sin un orden concreto. Veo un montón de enumeraciones: he visto tal película o leído tal libro; y vaguedades y promesas rara vez cumplidas de analizar algún tema en profundidad en un futuro (que nunca llega). Estos cinco años han sido una lucha contra eso, y contra mi constante inconstancia. Ese es el mayor logro que he conseguido con este blog, aunque parezca tan pequeño: seguir aún aquí, escribiendo en esta caja de texto.

También me ha servido como entrenamiento y ejercicio mental, sobre todo debido a la rigidez que ha ido adquiriendo este blog con el tiempo, que me ha hecho forzarme a pensar y masticar bien las ideas antes de escribirlas. Con cada entrada aprendo, poco a poco, a cuidar forma y fondo, por que son dos aspectos que tienen que ir de la mano. No sé muy bien en qué campo está este blog, desde luego, no es narrativa, tampoco hay crítica formal ni ensayo riguroso pero, aún así, cabe aplicar la distinción entre historia y discurso, por usar unos términos bien establecidos. Estos aspectos del texto son un asunto tan viejo como el mismo arte del escribir y ya Platón reflexionaba acerca de la mímesis y diégesis.

Pero parece que esta antigua cuestión se está quedando obsoleta. Gracias a Internet y al acceso universal a un teclado se ha generado una cultura del todo vale. Se pretende que cualquier opinión sea tan válida como las demás, cuando no puede serlo, y para comprobarlo no hace falta más que acercarse a monstruos como los comentaristas de Menéame, auténtico abismo de la democratización de la opinión. Por otro lado se justifica la redacción ramplona, rastrera, el descuido de las normas gramaticales y ortográficas más básicas, los peores ataques a la sintaxis y a la semántica, otro todo vale. Así que tenemos la combinación perfecta: el fondo es irrelevante, toda opinión es legítima, y la forma tampoco es importante, con el mantra coñazo de se entiende, ¿no?.

Me doy cuenta de que escribir se está convirtiendo cada vez más en una lucha, no ya contra los enemigos propios de los que hablaba más arriba, si no contra una visión del mundo. Si repaso las últimas entradas encuentro más pataletas que entusiasmo y cuando éste último aparece siempre hay un poso de sensaciones amargas. Valga como ejemplo uno de mis últimos textos sobre lecturas: disfruté enormemente releyendo El Hobbit, pero me cuesta mucho más transmitir la alegría que sentí leyendo el libro que expresar lo indignado que me sentía al leer una crítica escrita desde la estupidez.

Esta forma de ver el blog como una ampliación del campo de batalla hace que me resulte cada vez más difícil escribir por aquí, resulta agotador estar siempre peleando a la contra, defendiendo una visión de las cosas que se está quedando obsoleta. Pero, aunque no de demasiados frutos, emular a Sísifo tiene una utilidad. La escritura me sirve para construir un discurso y poder observar mis ideas desde cierta perspectiva que permite detectar lagunas o incoherencias, limar asperezas... normalmente desarrollamos nuestras ideas en el momento, sin dedicar un necesario tiempo de reposo, y esto es lo que permite la escritura: dejar atrás el nivel de comentarista de Menéame o el pensamiento esquemático de la Nación Taxista.

Esta reflexión permite construir un fondo, y gracias a este blog he aprendido muchas cosas, tanto escribiendo como por las conexiones que parten de él, ya sean comentarios o los blogs de cualquier amigo y vecino. Desde la perspectiva que dan estos cinco años puedo comprobar cómo ha ido cambiando mi forma de plantear y desarrollar ideas. Han sido cinco años construyendo un fondo y luchando contra las formas, puliendo poco a poco un estilo no demasiado brillante. En cada entrada lucho contra la mala costumbre de hacer oraciones demasiado largas o escribir párrafos enteros llenos de comas, sin un triste punto y seguido. He tratado de aprender a no escribir tal y como si estuviera hablando, y también a buscar la claridad expositiva, huyendo de "fárragos y erudiciones postizas" (frase de Juan Manuel de Prada) en los que se enfangan muchos academicistas. No he conseguido imponerme cierto proceso de revisión y raras veces releo a fondo lo que escribo, aunque cada vez procuro repasar más estos textos para eliminar las construcciones más rebuscadas y reordenar las ideas para crear un hilo conductor más fácil de seguir.

Ahora debería esforzarme en escribir sobre cada tema en su justa medida. En ocasiones necesito rodear varias veces la misma idea, para no dejar huecos sin cubrir, y así me salen textos como este, con varios cientos de palabras de más. Otras veces no consigo hilar bien distintas ideas relacionadas y tengo que deshacerme de algunas, quedando los textos cojos. De momento, voy consiguiendo mejorar este aspecto en el blog paralelo a este, poniéndome limitaciones de espacio, lo que es un ejercicio excelente: muchas veces me cuesta mucho más escribir una entrada de 400 palabras que leviatanes textuales como este (¡más de 1.100 palabras a estas alturas!).

Y para aquellos que hayan llegado hasta aquí, fieles lectores que me habéis acompañado en los mejores tiempos, en los peores tiempos, vosotros sois lo que más valoro de estos cinco años de blog. Los que dejáis comentarios, por aquí o por canales privados y los que escribís entradas magníficas es vuestros respectivos espacios. Es la sana envidia de ver cómo escribís lo que me hace publicar algo nuevo de vez en cuando. Espero poder repetir muchas veces este tipo de entradas durante muchos más años.

martes, 30 de noviembre de 2010

Referencias (III)



Ya había puesto aquí una referencia bastante clara al constructivismo soviético en el Sin City de Frank Miller. Esta de hoy puede estar más cogida de los pelos y, más que un caso de referencias sean dos productos muy similares en dos corrientes artísticas que tuvieron unos cuantos puntos en común. Arriba, un poster de Gustav Klutsis para unas elecciones soviéticas en 1930 y abajo el conocido cartel para M, de Fritz Lang (1931).

miércoles, 27 de octubre de 2010

El género como exceso (II)

¡En casi seis años de blog no había hablado nunca de Tolkien! Fue, durante unos cuantos años, mi escritor favorito y leía compulsivamente todo lo que encontraba. Lo cual no era mucho, habiendo crecido en un pueblo en un momento en el que Internet era aún una idea (casi) de ciencia ficción. Aún recuerdo los días que volvía del colegio a mediodía y encontraba un nuevo tomo de El señor de los anillos, que mi madre había encargado en la librería. Creo hace unos diez años que no he vuelto a leer nada suyo, salvo alguna relectura ocasional de la historia de Túrin Turámbar. Pero hoy he leído un artículo de Jo Walton, una de las inefables colaboradoras de Tor.com. Preparen sus ojos ante esta demostración de estulticia
The Hobbit isn’t as good a book as The Lord of the Rings. It’s a children’s book, for one thing, and it talks down to the reader. It’s not quite set in Middle Earth—or if it is, then it isn’t quite set in the Third Age. It isn’t pegged down to history and geography the way The Lord of the Rings is. Most of all, it’s a first work by an immature writer; journeyman work and not the masterpiece he would later produce.
Leer esta "crítica comparada" me ha producido urticarias. Creo que la opinión de esta mujer representa todos los males que afectan a buena parte de la narrativa de género (sea ciencia ficción, fantasía, etc).

Fijaos, la primera pega es que es un libro infantil. Esto podemos entroncarlo con uno de los principales males de la ficción, la pretensión de solemnidad. La idea equivocada sobre la que Nolan parece basar casi todas sus películas, ese ansia de hablar sólo de Cosas Importantes y declamar discursos con el ceño fruncido. Si esto ya es malo en el cine, peor aún es en los videojuegos. También representa el acomplejamiento del género y la manera en la que muchos aficionados interiorizan los prejuicios externos. Si la Academia critica la literatura fantástica por ser literatura para chavales, los fans acomplejados se dedicarán a defender lo serios que son algunos libros y a despreciar aquellos que no sean serios. En lugar de defender que no hay nada de malo en que un libro no busque la trascendencia y tratar de explicar sus valores se esconde debajo de la alfombra, aceptando (sin saberlo) las críticas que tratan de rebatir.

Lo segundo es particularmente ridículo y es síntoma de esa enfermedad terrible que es cegarse por el trasfondo de una historia. ¿Es más importante dónde transcurre la historia que la historia en sí? Es uno de los peores males de la fantasía, aunque creo que todos, como aficionados al género, hemos caído en él. A todos nos gusta fantasear con remotos imperios o dinastías de elfos o enanos. Y buena parte de la obra de Tolkien gira en torno a esto y crea un universo increíblemente rico para ambientar sus historias. Lo malo es que mucho escritor mamporrero (como la misma Jo Walton) se ciega con el envoltorio, esforzándose en crear libros que podrían funcionar como manuales para ambientar un juego de rol, pero que no funcionan en absoluto como narrativa.

Esto entronca con el tercer error. El Hobbit no es en absoluto una obra menor, ni una obra de un aprendiz. El problema para cenutrios como esta mujer es que El Hobbit no es una obra tan épica: no se está salvando el mundo, si no que es la aventura de un pequeño hobbit. Y es que la épica va ligada a los trasfondos abigarrados. No hay más que echar un vistazo a cualquiera de las peores sagas escritas a rebufo de El Señor de los anillos, no en vano clasificadas como fantasía épica. Dragones, elfos milenarios, imperios perdidos, magos poderosísimos y grandes ejércitos enfrentándose son, automáticamente, algo mejor y más emocionante que las aventuras de un pobre hobbit, que a nadie le importa. Y es que el trasfondo es algo engañoso y funciona por que se construye en la mente del lector, no en el texto.

Cualquier lector que no se deje cegar por la épica puede ver que en El Hobbit tiene un trasfondo muy complejo y mucho más vivo que El Señor de los anillos, lleno de magia y criaturas fantásticas. No hay más que pensar en los trolls que encuentran en el bosque, el rey de los trasgos que viven en las cuevas de las Montañas Nubladas, los jinetes de huargos, Beorn el cambiaformas, vemos a Gandalf lanzando bolas de fuego... En El Hobbit se vive una constante sensación de aventura, la sensación de que puede pasar cualquier cosa. Esta sensación de maravilla y de aventura es pura narrativa y toda su fuerza está en el texto ya que, al estar centrado en un grupo de aventureros pequeño, el trasfondo de la historia es lo que vemos a través de los ojos de Bilbo.

Y, sobre todo, El Hobbit tiene muchísimo de uno de los ingredientes que peor le sienta a esa sensación de epicidad: sentido del humor. Ya está bien de tanta necesidad de épica, de tanta trascendencia impostada. Esta pequeña historia con su sencillez, su inocencia y su buen humor, cualidades tan infantiles, demuestra que son valores mucho más importantes que los que tantas y tantas sagas plomizas tomaron como referencia.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Videoclips con robots

Mientras escribía la anterior entrada sobre Styx he recordado un programa que vi en el canal VH1 sobre los mejores videoclips con robots (Robots in clips). Aquí va el programa, en versión Youtube, con un montón de robots de todas clases, desde los acartonados de Daft Punk a las más avanzadas tecnologías biónicas. Servomotores al servicio del bien o brutos mecánicos destruyendo ciudades, lo que está claro es que estos trastos saben moverse.

Algunos vídeos son un poco rancios en el aspecto robótico, como el de Beck y sus Asimo bailantes, mientras que otros son auténticas chuladas, como los brazos DJ de H Foundation (yo he programado uno de esos :_) aunque lo único que hacía era coger una caja y posarla en otro lado...) o el de Björk. Claro que estos me gustan por que se ve cómo funcionan esos aparatitos, con sus servos, sus articulaciones y sus pincitas, mucho mejor que un androide de superficie satinada como si fuera un iPhone.
  • Daft Punk - Robot rock


  • Beastie Boys - Intergalactic


  • Junior Senior - Move your feet


    Junior Senior - Move Your Feet

  • Eight day - Hazel O'Connor


  • Styx - Mr Roboto


  • Ocean Color Scene - Mechanical Wonder


  • Playgroup - Number One


  • Beck - Hell yes


  • Garbage - The world is not enough


  • H-Foundation - New Funk Theory


  • Bjork - All is full of love


  • Lazy - X-Press


lunes, 4 de octubre de 2010

Styx

Vivimos en una época dominada por la nostalgia y una constante recuperación del pasado. Cada vez es más aburrido ver cómo la gente abusa de tantos iconos de los años ochenta y, sobre todo, los elogios acríticos que se hacen de ellos (como dicen en Viruete "El Equipo A, ¡qué nostalgia!"). No soporto al tío gracioso con la melodía de La abeja maya en el móvil, las tiendas de merchandising cutre o los blogs llenos de entradas sobre aquellas series de ayer, hoy y siempre, completamente vacías de contenido, simples enumeraciones de "¡qué mítico!". La industria sabe exprimir a esta generación de peterpanes, que quiere alargar todo lo posible su infancia, y les alimenta a base de reediciones y, lo que es aún peor, remakes de los mismos productos una y otra vez. Se revive el pasado, pero nadie parece esforzarse por crear algo nuevo.

Nunca he sido demasiado amigo de este entusiasmo por la nostalgia, quizá por lo cutre que me parece esa mitificación de los productos de los ochenta y, gracias a Dio, he mantenido este blog a salvo de todo eso. Es cierto que he hablado más de una vez de algunas aficiones que conservo desde que era bastante pequeño, pero siempre son cosas que sigo valorando incluso hoy en día. Hay que saber distinguir entre los productos que tienen valor por sí mismos y los que sólo tienen valor por los recuerdos que nos traen. En definitiva, no creo que decir que algo sea mítico lo libre de la retrorrotura ni que ejercitar la nostalgia sea una manera de consolarse de las penas de hoy. Para mí la nostalgia es, casi siempre, spleen, la búsqueda de la magdalena de Proust.

Precisamente, estas magdalenas siempre me traen el mismo recuerdo: una tarde sombría, probablemente a finales del otoño. Acabo de llegar a casa, y recuerdo la cocina, iluminada con una luz amarillenta, cálida, que hacía que pareciese mucho más acogedora frente a un cielo cada vez más negro, amenazando tormenta, y mi madre preparándome la merienda, un Nesquick, en uno de los tazones grandes que siempre usaba mi abuelo y que yo siempre quería usar, aún hoy también, casi 15 años después. Y con este tazón de Nesquick esas magdalenas, recién compradas, doradas y esponjosas. Recuerdo tomármelo en la habitación que mi padre usaba de biblioteca, con su pared llena de libros hasta el techo, viendo en la tele la serie de dibujos animados de Conan.

Creo que este es mi primer recuerdo de Conan. Y hasta hoy, cuando tomo una magdalena, sigo recordando al cimmerio. Si me pongo a pensar puedo rememorar unos cuantos primeros recuerdos, como cuando descubrí a los Guns n' Roses: debía ser alrededor del año 90 ó 91, en los últimos estertores del bandolerismo heavy. Estaba en casa de unos familiares de mi padre y vi pasar a una pandilla de macarras del pueblo, uno de ellos llevaba una camiseta con la cruz del Appetite for Destruction. Hasta unos cuantos años después no escucharía ese disco, casualmente en esa misma casa. También conservo mi primer recuerdo sobre Queen, cuando uno de mis primos le pidió a mi madre un disco (creo que un recopilatorio) y ella le dió una charla para que tuviera cuidado con las drogas (¿?) para que no acabase como Freddie Mercury. Debía ser poco antes de que Freddie Mercury se muriera. No sé por qué lo recuerdo, si por aquel entonces no tenía ni idea de que estaban hablando, quizá me marcó esa sensación de amenaza desconocida.

Otros recuerdos son bastante más prosaicos, como mi descubrimiento de Styx: fue en un viaje en autobús de Madrid a Torrelavega en la vieja Continental Auto, antes de que fuera fagocitada por Alsa. No sé por qué, pero en los autobuses siempre ponen películas infames, nunca piensan en los pasajeros que tienen que pasarse más de cinco horas sentados y en lugar de poner una película que sirva para distraerse durante hora y media se dedican a pasar auténticos deshechos, haciendo memoria he visto (más o menos) Tienes un email, Bedtime Stories, con Adam Sandler, una peli de las gemelas Olsen, Eragon en un viaje de ida… ¡y la volví a ver en el de vuelta!, ¡¡Glitter!!! en la que sale Maria Carey con una gorra de Seguros Vitalicio, 50 primeras citas o How to Make an American Quilt, una película sobre un grupo de mujeres que hacían un edredón con retales... Al filo de la muerte, una de Steven Seagal en un Alcatraz technoir.

Creo que os hacéis una idea, ¿verdad? Pues descubrí a Styx viendo una de estas películas, The Perfect Man. Tiene un argumento bastante tonto, típico de comedia romántica: Hillary Duff está harta de que su madre esté continuamente cambiando de trabajo, de ciudad en ciudad y mudanza en mudanza, así que decide buscarle un novio para que siente la cabeza de una vez. Bueno, desfila la típica galería de noviables... y uno de ellos es un auténtico redneck, fan del AOR cuya mejor idea para una cita es llevar a la pobre mujer a un concierto ¡de un grupo tributo a Styx!. Según el candidato a novio, "el cantante no es tan bueno pero, si cierras los ojos, no notas la diferencia", guiño a Dennis DeYoung, antiguo líder de Styx, que hace de cantante de la banda tributo.



¿Y qué canción iba a tocar un grupo tributo a Styx en una película? Evidentemente, Mr. Roboto. Esta canción fue un amor a primera vista... desde esa intro, cuyo misterio sólo es superado por su ochentez, y, justo después, ¡empezar directamente por el estribillo! ¡¡Domo arigato Mr. Roboto!! En apenas unos segundos muestra toda sus cartas: robots japoneses, hard casio y vocoder, ¿cómo no amar esta canción? Y todo gracias a una infame película que pusieron en un autobús.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Matatrolls

Hace mucho que no hablaba por aquí de literatura exploit. De vez en cuando leo algún libro escrito por puro afán mercenario pero, por desgracia, no siempre encuentro tiempo o ganas de comentarlo por aquí. Muchos de ellos no merecen la pena, algunos, incluso, los dejo a medio leer, enfangado en una historia mil veces vista y en unas páginas que huelen a dados y hoja de personaje o lo que es peor, a club de rol sudoroso y fan fiction de la más baja estofa. Pero con otros disfruto un montón y bien sabéis que los he comentado por aquí, no veo este disfrute como un placer culpable y desde hace tiempo no soy aficionado al símil gastronómico del entrecot y la hamburguesa, no es necesario racionalizar este tipo de lecturas. Disfruto con Sven Hassel por cómo sabe narrar la guerra, la sensación de leer estas páginas metido en una trinchera con las balas silbando sobre tu cabeza y disfruto con las primeras aventuras de Drizzt en el Valle del Viento Helado por el sentido del ritmo de Salvatore, la aventura sin un momento de descanso y la sensación de maravilla al descubrir un mundo que aún no estaba estereotipado en mil y un manuales.

Me resulta un tanto extraño tener que escribir esta defensa de la novela garbancera (como la llama Knut), por que al final parece una manera de justificarse por haber leído según que cosas, pero no, esto es una defensa de los buenos valores de unos cuantos libros que se desprecian por los defectos de una marca determinada. La ley de Sturgeon es implacable y es cierto que si repasamos el catálogo de Reinos Olvidados o Dragonlance o un almacén cualquiera de Timun Mas nos encontraremos paletadas de auténtica mierda pero también alguna pequeña joya (quizá esto sea pasarse) que merezca la pena salvar por sus propios méritos y no por justificaciones nostálgicas o emocionales.

Una de estas excepciones es Matatrolls, la primera novela de las aventuras de Gotrek y Felix. Estos dos son unos viejos personajes de Warhammer, habituales de las páginas de la White Dwarf durante unos cuantos años. Gotrek es el Matatrolls que da título a la novela, un enano que recorre el mundo en busca de una muerte honorable en combate para expiar una culpa de la que no se llega a hablar nunca. En uno de sus vagabundeos rescató a Felix de una muerte segura y este, en esa peligrosísima fase de la borrachera que es la exaltación de la amistad, le juró seguirle hasta el fin. Eso es todo lo que hay en las aventuras de estos dos. Nada de épicas gestas para salvar al mundo, no hay ningún viaje del héroe, ningún objetivo más allá del deseo de Gotrek de morir matando.

Matatrolls está compuesto por unos cuantos capítulos que funcionan como relatos independientes vagamente hilvanados. Da la sensación (no tengo manera de comprobarlo ahora mismo) que fueron publicados de forma separada, quizá en la misma White Dwarf o en alguna otra publicación de Games Workshop y fueron recopilados y publicados tal cual. Esto, salvando las distancias, me recordó a mis queridos héroes del pulp, grandes especialistas del golpe y porrazo como Conan o Solomon Kane. Estoy seguro de que el bueno de William King, el escritor responsable de las primeras siete de las doce novelas de estos aventureros, se inspiró bastante más en Howard que en Weis y Hickman. Estos relatos funcionan de forma independiente ya que en cada uno de ellos pinta de cuatro brochazos todo el contexto que necesita conocer el lector y resuelve el trasfondo rápidamente en unos pocos párrafos, pero también es cierto que se disfrutan más en orden ya que, frente al personaje arquetípico de Gotrek, Felix, como humano, sí que tiene una cierta evolución que supone el único cambio en un contexto en presente continuo.

Esta estructura basada en relatos episódicos es uno de los grandes aciertos de William King por que obliga a prescindir de todo lo accesorio que, precisamente, suele ser lo que más lastra las sagas más voluminosas de fantasía épica. En parte, estos relatos pueden permitirse este lujo al dar por sentado que el lector conoce el loco mundo de Warhammer y no tiene que molestarse en contar dinastías perdidas, imperios caídos ni razas arcanas. El trasfondo funciona como un batido desquiciado de referencias a muchos de los tópicos de las sagas fantásticas más conocidas y un montón lugares comunes del género pero siempre con un giro de tuerca pulp, un pastiche en el que King sabe desenvolverse muy bien y encajar todas las piezas, dando a todos los relatos hay un tono oscuro, bastante acorde con el trasfondo más sombrío del juego, en el que la civilización está siempre amenazada por las fuerzas sombrías del Caos o las nihilistas hordas de orcos y demás criaturas afines.

Ya en el primer relato, "Geheimnisnacht (Noche de difuntos)", King mezcla el mito de la Cacería Nocturna con los rituales oscuros del Caos y esboza la tragedia que Gotrek y Felix están condenados a representar, la guerra contra un enemigo que está por todas partes y contra el que no cabe la esperanza de ganar, sólo la de aplastar sus brotes una y otra vez hasta encontrar la muerte que busca Gotrek. Creo que este es un punto de vista que no se suele tratar demasiado en la fantasía, y mucho menos en este tipo de literatura garbancera donde todo el mundo tiene su propio viaje del héroe y está destinado a derrotar al mal y mejorar el mundo. Frente a esta ficción sobre el destino manifiesto King convierte a Gotrek y Felix en dos héroes existencialistas, perfectamente conscientes de lo estéril de una lucha constante y sin sentido por que está destinada al fracaso. Pero, en fin, todo esto no es más que una paja mental por que, si bien Gotrek (no tanto) y (sobre todo) Felix son conscientes de lo comentado más arriba, no dudan ni un segundo en liarse a espadazos y hachazos contra los cultistas y brujos del Caos.

En "Jinetes de lobo", el segundo de los relatos, se produce uno de los pocos cambios que sufre Felix, del que hablaba más arriba. Podríamos decir que es su pérdida de inocencia y el momento en el que acepta definitivamente acompañar a Gotrek en su misión suicida. Si el primer relato era bastante sobrio en sus referencias, pudiendo pasar perfectamente como un cruce entre Conan y el goticismo en este segundo episodio King abraza el espíritu del pastiche con una historia que tiene licantropía, chamanes goblin, muertos vivientes y una fortaleza asediada por orcos jinetes de lobo. En la siguiente historia, "La oscuridad debajo del mundo", King aprovecha el descenso a la Moria del universo Warhammer para jugar con los calcos apenas disimulados que muchos mundos de fantasía han hecho a lo largo de décadas con las ideas de Tolkien sin tratar de esconderlas en ningún momento.

El cuarto relato, "La marca de Slaanesh", sirve como interludio y es una pequeña rareza dentro de la colección. No tanto por ser más cómico que el resto de historias, con un Gotrek amnésico y un alquimista un tanto excéntrico si no por plantear una trama que se cierra con una elipsis en el momento en debería comenzar toda la acción. Tras este episodio de transición que cierra la trama planteada en el segundo y tercer relato las siguientes historias ("Sangre y tinieblas", "El señor de los mutantes" y "Los hijos de Ulric") cuentan historias independientes en las que Gotrek y Felix se enfrentan a demonios, hombres bestia, mutantes, un científico loco y hombres lobo, como dije anteriormente puro pastiche, mezcla de mil referencias y aventuras a raudales.

Obviando lo horrendo de una portada que no invita a la lectura, un auténtico crimen teniendo en cuenta que Games Workshop tiene ilustradores competentes en nómina, dentro hay un buen puñado de historias que harán las delicias de cualquier aficionado a la fantasía. Absténganse aquellos que necesiten hojas de personaje para poder seguir la trama de una novela.

martes, 14 de septiembre de 2010

Referencias (II)

Ponerse a buscar y enumerar las influencias que plasma Frank Miller en sus tebeos sería una tarea de chinos. A la vista están las más obvias, de los más hardboiled de la novela negra a Koike y Kojima, pero una lectura atenta siempre nos da sorpresas. Como ya he comentado, las referencias más satisfactorias son las que requieren un poco de esfuerzo por parte del lector.

Ya he mencionado un par de temas que uno espera descubrir en un tebeo de Miller. Lo que es mucho más sorprendente es encontrar a un constructivista en mitad de Sin City.
Sin City
Rodchenko

martes, 31 de agosto de 2010

El género como exceso

Hace tiempo escribí por aquí El género como vergüenza, una pequeña reflexión en la que defendía la validez de la ficción de género (sea cual sea este). Citándome a mí mismo
Los límites de los géneros, la capacidad de contar historias dentro de ellos, están en la mente.
Sigo creyendo firmemente en esto. Aunque no sea una defensa de la literatura (de la ficción) de género, si no más bien una manera de decir que los géneros no importan y que sus fronteras son algo cada vez más difuso.

Por eso no entiendo las periódicas polémicas sobre "el mundillo" o "el fandom" que aparecen de vez en cuando por los mentideros habituales. No me importan demasiado las quejas de los fans de la ciencia ficción (esto es extensible a otros, hablo de ellos por que son a los que leo) reclamando que el mercado, lo mainstream, les preste atención. También pasa con los lectores de tebeos, reclamando su normalización. De ahí vienen los ánimos exaltados con las adaptaciones "serias" de tebeos, como The Dark Knight o Watchmen, no sólo son películas, si no que son una manera de demostrar las virtudes del género (más en este artículo de Vicisitud y Sordidez). Al igual que no entiendo al que menosprecia a la ficción de género como tal, tampoco entiendo las reclamaciones de los aficionados. Para disfrutar de la ficción de género no hace falta que una Academia o un Canon pongan su sello de aprobación.

(Quizá no sea exacto del todo decir que no entiendo esas posturas, ya que creo entender de donde vienen. Debería decir que no las comparto)

Pero todo esto no es más que un inciso, de lo que quería hablar era de otra cosa: los articulistas de Tor.com. Suelo leer algunas de sus entradas por ver que se cuece en el mercado editorial anglosajón y descubrir algunas novedades de ciencia ficción, fantasía o terror. Pero también leo de vez en cuando algunas de sus entradas ensayísticas o sus monográficos sobre algún tema y me provocan vergüenza ajena.

En los últimos meses han estado haciendo unas cuantas series de entradas dedicadas a cosas inverosímiles. Para los escritores de Tor las etiquetas de fantasía o terror no son suficiente, así que han dedicado alguna de estas series a cosas tan apasionantes como paranormal romance, urban fantasy, ¡¡rural fantasy!!, steampunk, dieselpunk... una infinidad de categorías y etiquetas, con normas bien definidas, que permiten colocar a cada obra en su cajón correspondiente. Lo importante ya no es la ficción, si no el género.

El artículo que me ha llevado a escribir esta entrada ha sido "What happened to genres?", de Alexandra Ivy. La chica parece que ve la luz al final del túnel, aunque creo que no termina de tener muy claro hacia donde ir: no a escribir ficción sin preocuparse del género, si no poder mezclar géneros. Parece que habla de derribar barreras, pero no, sólo habla de colocarlas en otro sitio
Because of those daring authors willing to break the mold I can write zombies fighting the battle at the OK Corral or a regency with a werewolf. Perhaps there are purists who disdain the crossover between genres; and that’s all right.
Supongo que así, en lugar de tener las etiquetas de zombis y western, dentro de poco podrían tener la etiqueta western zombies, con unas normas tan rígidas (si no más) que las que había antes. Leyendo el artículo podemos encontrar otras perlas
Things changed when I decided to make my living as a writer. I thought (rightly or wrongly) that there were rules that had to be followed. A reader of traditional regencies had different expectations than those who read historicals. Gothics, for goodness sakes, had to have atmosphere. High fantasy fans didn’t want sci-fi elements slipping in, and westerns didn’t have aliens.
Even though I was already a published author I didn’t consider the fact that sales department had to be able to market the book to wholesalers, and that bookstores had to shelve the book so customers could browse for it among similar books
En estos dos párrafos se puede resumir todo lo malo de la visión de Tor.com sobre el fantástico. En primer lugar está la visión mercantil, es decir, usar los géneros como una manera de vender libros. Algo que, dentro de lo que cabe, no me parece mal del todo: Tor.com es una editorial con su propia tienda virtual y su objetivo es vender libros. Incluso puedo entender a esta escritora mercenaria, si lo que quiere es ganarse la vida escribiendo, tendrá que hacer libros que mucha gente quiera comprar. Esto lleva al segundo aspecto que se ve en la cita anterior, que es la visión de los géneros por el lector, aunque sería más apropiado utilizar el término fan que emplea la escritora. La clave está en que habla de los géneros como expectativas, lo que el fan espera o no espera encontrar cuando lee un libro.

Esto es lo que más me molesta de la perspectiva desde la que este portal, sus colaboradores y sus lectores miran a la ficción de género, una perspectiva reduccionista en la que se colocan unas barreras que la historia no puede sobrepasar. El lector (el fan) abre el libro esperando encontrar lo que ya ha encontrado en otros libros iguales, se le premia con una satisfacción inmediata (¡mira, un zombi! es lo que querías, ¿no?) y se evita descolocarle, provocarle dudas o inquietudes. Pero la versatilidad de la ficción de género es que permite plantear preguntas y hacernos reflexionar. La ciencia ficción no trata sólo de naves y pistolas de neutrones, si no que estos elementos propios del género sirven para darnos una nueva perspectiva desde la que podemos analizar nuestras ideas preconcebidas. Un replicante nos hace pensar qué es lo que nos hace humanos y el kemmer sirve para hacernos pensar sobre la forma en la que vemos la sexualidad en nuestra sociedad.

Esta forma de ver los géneros me recuerda bastante a las tribus urbanas, una impresión que se suele recalcar en los monográficos de Tor.com. Hablen de steampunk o de paranormal romance, estas etiquetas no sólo sirven para definir una manera de hacer ficción, si no también al lector: una serie de lecturas de cabecera, una manera de vestir, una música que escuchar, algunas páginas web donde poder hablar con otros fans... Y aquí volvemos a la versión reduccionista y el entusiasmo adolescente de identificación con la masa como una forma de superar inseguridades.

Lo más triste de esto es que parece que esta forma de entender la ficción de género es la que tiene más visos de convertirse en la visión dominante. Nada de reflexiones, nada de transgresiones, nada que haga que el lector pueda pensar. En lugar de provocar inquietud (intelectual) es mejor dar satisfacción, por vacía que sea. Que los géneros se conviertan en una convención, en una serie de expectativas a ver cumplidas y así sea más fácil clasificar y ordenar todo. Este panorama me resulta desolador, y con esto vuelvo a las periódicas crisis del fandom. Pero el problema no está en la falta de reconocimiento del género ni en que una supuesta Academia ignore los valores de la ciencia ficción, si no en que cada vez son más escasos los Lem, los Philip K. Dick o los Bradbury, dispuestos a romper todas las barreras de la ficción para ayudarnos a romper las barreras de nuestro pensamiento, y más numerosos los débiles mentales que se dedican a discutir si Blade Runner es una "novela negra robótica" o más bien podría decirse que es "ciencia ficción detectivesca", reduciéndola a una mera etiqueta, o lo flipante que sería que Deckard luchase con ninjas o zombis.

viernes, 27 de agosto de 2010

Más parecidos razonables


Al ver esta mañana la primera imagen me vino inmediatamente a la mente la portada de Fallout 3, aunque es cierto que el marine espacial de armadura completa es todo un icono de la ciencia ficción más pulp.

sábado, 7 de agosto de 2010

Muñoz Molina, Grossman y Kafka

Esta mañana estaba leyendo algunas entradas del magnífico blog El pez volador y encontré una reflexión muy interesante sobre el famoso Canon de Bloom: el canon visto como un "sistema de relaciones" entre obras, en lugar de la visión habitual, una especie de lista de quien es quien en el mundo de la literatura. Estas listas son siempre polémicas, sea un canon occidental o un canon de la ciencia ficción, pero no voy a entrar a valorar la obra de Bloom

Ese artículo me ha llevado a reflexionar uno de los libros que he leído hace poquito, Sefarad, de Muñoz Molina, un libro construído como una relación entre varias vidas y la relación de estas vidas con la literatura. En esta novela se habla de muchos libros, pero una de las principales relaciones que yo he establecido ha sido con uno que no se menciona: Vida y destino, de Vasili Grossman. Y es que las similitudes a nivel formal son un tanto obvias, aunque no sé si Muñoz Molina conocía la novela de Grossman antes de escribir la suya o ha sido algo casual. Las dos novelas están formadas como varios hilos entrelazados, cada uno de ellos siguiendo una persona distinta, aunque en el fondo, cada una de esas personas no dejan de ser avatares del autor. Sefarad sigue la vida de Muñoz Molina, en ocasiones, él es el que escribe, otras veces, se reimagina a sí mismo como otra persona que pudo haber sido, como también hace Grossman, desperdigando sus experiencias en la II Guerra Mundial a través de distintas personas, buscando dividirse en la inmensidad de la población de la Unión Soviética. Grossman es el periodista en el frente, pero también el soldado en Stalingrado, el aviador en la retaguardia, la madre judía que muere sin poder despedirse de su hijo. Todos son él y él es todos, lo que quizá sea una visión un tanto propagandista: todo el pueblo soviético, unido, luchando contra la invasión nazi.

Evidentemente, Muñoz Molina no habla del sovietismo en su novela, si no del exilio, voluntario o forzado. Quizá Sefarad fuera una catarsis, una manera de reconciliarse con sus orígenes, con esos fantasmas que vamos acumulando los que vivimos lejos de casa. Quizá esta novela esté escrita para nosotros, y sólo así sea posible entenderla
Nos hemos hecho la vida lejos de nuestra pequeña ciudad, pero no nos acostumbramos a estar ausentes de ella, y nos gusta cultivar su nostalgia cuando llevamos ya algún tiempo sin volver, y exagerar a veces nuestro acento, cuando
hablamos entre nosotros, y el uso de las palabras y expresiones vernáculas que hemos ido atesorando con los años
Una novela sobre el exilio, que entronca con la diáspora, la expulsión de los judíos de España, como su propio nombre indica, y en paralelo con la vida de Muñoz Molina recorremos parte de la Europa en guerra, o la Europa que se prepara para la guerra. No es exactamente literatura de lager, al menos no tanto como Vida y destino en ocasiones sí lo es, novela de lager, novela de gulag y novela de einsatzgruppen. Que tres palabras ha legado el siglo XX a la historia. Las dos novelas hablan del judaismo, aunque desde una perspectiva distinta, quizá Muñoz Molina identificándose con esa idea del exilio, la diáspora, mientras que Grossman vive mucho más de cerca el terror de los campos y la persecución, al ser él mismo judío. Y aquí Muñoz Molina crea otra de esas conexiones, de las que hablaba al principio, esta vez con la obra de Kafka.

Kafka no llegó a vivir la persecución nazi (murió en 1924), pero desde su puesto de trabajo alienante y su vida como escritor invisible supo anticipar buena parte del horror y la angustia de las persecuciones. El proceso o El castillo transmiten la desesperación de una persona ante la burocracia, la pequeñez de cada uno de nosotros ante un sistema que no comprendemos y que juega con nosotros, algo que bien podría haber conocido (con la construcción de los estados burocráticos a lo largo del siglo XIX y principios del siglo XX, y en este aspecto, podemos considerarlas obras revolucionarias, ya que Kafka supo ver el horror que se esconde en algo tan cotidiano, que nos afecta a todos, pero parece invisible, pero con La metamorfosis consiguió incluso ir más allá. La metamorfosis (1915) no sólo es una obra revolucionaria, si no que también funciona como novela de anticipación: Gregorio Samsa es un hombre normal, que un día, sin saber por qué, amanece convertido en insecto. Años después, millones de personas, gente de todo tipo, escritores, fontaneros, pintores, falsificadores, mecánicos, amanecieron un buen día convertidos en judíos. De un día para otro perdieron toda identidad, toda vida anterior, amigos, trabajo... Europa se llenó de millones de Gregorios Samsa. El siglo XX es el siglo de Gregorio Samsa, el siglo en el que cualquier persona podía levantarse cualquier día y descubrir que su vida se había acabado, que había dejado de ser una persona y se había convertido en judío, en comunista, en enemigo del pueblo.

martes, 3 de agosto de 2010

¡Vacaciones!

Hola, amigos. Últimamente he tenido el blog bastante parado, el calor de Madrid no invita a sentarse frente al ordenador y ponerse a escribir, y menos aún a ponerse a pensar. Pero tampoco quería dejar esto completamente parado durante el verano, así que, antes de irme de vacaciones, he decidido dejar un par de entradas escritas para que se publiquen, ellas solitas, durante mi ausencia. Así que cuando leas esto yo estaré pasando fresquito a más de 3.000 kilómetros de aquí.

Supongo que muchos de vosotros también estaréis aprovechando el mes de agosto para tomaros unas vacaciones, así que había pensado en escribir (por una vez) una entrada útil. Este año estoy leyendo un montón (llevo más de 40 libros leídos, sin contar tebeos) pero me he dado cuenta que apenas estoy escribiendo sobre los libros que más me han gustado o que más me han hecho pensar. De hecho, en este blog, sólo he escrito sobre dos libros: Los Simpson y la filosofía y las Cartas de España, de José Blanco White. Como decía antes, no me veo con fuerzas para ponerme a analizar en profundidad ninguna de mis lecturas, así que me limitaré a recomendar una serie de libros y a escribir unas pocas líneas sobre cada uno de ellos.
  • La isla del tesoro, de R. L. Stevenson. Aprovecharé para confesar que ha sido mi primera lectura de esta increíble novela. De pequeño había leído adaptaciones en tebeo, pero no la original de Stevenson. Es la novela de aventuras perfecta, desde su comienzo, en ese siniestro páramo inglés y la taberna de ambiente terrorífico hasta la llegada a la isla, motín pirata incluído. He hablado mucho sobre Perdidos, pero antes de la Isla de Dharma existió esta isla, con sus propios misterios y tesoros ocultos. La serie le debe bastanta a Stevenson. También aprovecho para recomendar el programa Los dos de la tarde, en el que Llosef colabora con una sección de literatura pulp y otras hierbas. Aquí podeis escuchar el que dedicó a La isla del tesoro.
  • La sombra del asesino, una recopilación de los mejores relatos policiacos y detectivescos publicados por Valdemar. El volumen sigue un orden más o menos temático, dividido en distintas secciones. Empieza con "Los instigadores", de un goticismo primerizo: la desasosegante historia "El confesionario de los penitentes negros", de Ann Radcliffe. Después podemos encontrar al siempre genial Thomas de Quincey y un relato un tanto flojo de Le Fanu. Por supuesto, tenemos también a Poe, creador de muchas de las convenciones que seguiría el género a partir de entonces, no en vano, la segunda sección, "El cerebro de la trama", está formada únicamente por su relato "La carta robada". A partir de ahí entramos de lleno en el canon del detectivesco inglés del siglo XIX: Wilkie Collins, Conan Doyle... A medida que escribo me doy cuenta que este volumen bien merece una entrada, pero me gustaría seguir poniéndoos los dientes largos con los nombres aquí reunidos: Dickens, Melville, Stevenson, Kipling, Joseph Conrad, Saki, H. G. Wells, Oscar Wilde, Voltaire, Mark Twain, Jardiel Poncela, Guy de Maupassant, Bram Stoker, W. H. Hodgson y Robert Bloch, entre otros.
  • La sombra del torturador, de Gene Wolfe. Llevaba bastante tiempo alejado de la fantasía, exceptuando periódicas relecturas de Conan y unos cuantos ratos de lecturas divertidas con Drizzt y otros héroes de Salvatore. Aparte de esto, me aburrieron las, al parecer intocables, Crónicas de la Dragonlance y no he vuelto a leer ninguna saga de un grupo de héroes involuntarios salvando al mundo. Pero Wolfe es otra cosa y es que sabe crear un personaje increíble, el torturador del título, inmerso en un mundo extraño, que apenas comprendemos. Como el protagonista de la novela, sólo conocemos lo que vemos. El mejor libro de fantasía que he leído en muchísimo tiempo, capaz de reconciliarme con un género que creía agotado.
  • Pedro Páramo, de Juan Rulfo. Leí este libro mientras se iba emitiendo la última temporada de Perdidos y no pude dejar de encontrar unas cuantas similitudes, que no voy a comentar para no estropear nada. En un pueblo desolado, en mitad de un desierto, Rulfo rasga la separación entre la realidad y el mundo del sueño, con una compleja estructura narrativa, mostrando poco a poco piezas de una historia que no cobrará todo su sentido hasta el final. Por no hablar de lo bien que escribía este hombre, cuidando cada palabra, cada párrafo para que todo tenga el ritmo apropiado.
  • Los libros publicados por Es Pop Narrativa: Acero, de Todd Grimson, A la cara, de Christa Faust y Capturado, de Neil Cross, de los que he hablado en mi otro blog.
  • Masters of Doom, de David Kushner. Un repaso a la historia de id Software, creadores de videojuegos como Wolfestein, Doom o Quake. Una especie de Behind the music de una de las compañías más míticas en la industria. Y es que con sus videojuegos descubrí la pasión de sentarme frente a un ordenador y disparar a miles de monstruos (o nazis).
  • Sefarad, de Muñoz Molina, de la que hablaré en una entrada futura :D
  • Zombies, una antología de... zombis, de Minotauro. Tiene algún relato un tanto flojo, pero a cambio, otros muy buenos de gente como George R. R. Martin, Stephen King, Robert Silverberg o Muerte y sufragio, Dale Bailey, que se adaptaría en el episodio Homecoming de Masters of Horror.
  • Con la risa en los huesos y Quien ríe el último, otra antología con los mejores relatos de humor aparecidos en Valdemar. La lista de nombres tira de espaldas: Saki, Jardiel Poncela, Chesterton, Dickens, Ambrose Bierce, Jan Potocki, Mark Twain, Oscar Wilde, Kafka, Thomas de Quincey, Dickens... muy centrado en el humor inglés de finales del siglo XIX.
  • Y como no, las relecturas periódicas de mis autores de horror (cósmico o no) favoritos. Recuperé mi tomo de Los mitos de Cthulhu, perdido durante años, y volví a leer esos relatos que me descubrieron un mundo desconocido. Es un clásico que siempre merece la pena: Arthur Machen, Algernon Blackwood, Lovecraft, Robert E. Howard, Dunsany...

jueves, 29 de julio de 2010

Sci-fdi Volumen 2

Pues eso, amigos. Han pasado algo más de seis meses desde que lanzamos aquel primer número de Sci-fdi, la revista digital que editamos desde la Biblioteca de la Facultad de Informática de la Complutense y como nos habíamos planteado hacer una edición semestral, ya iba tocando sacar el segundo número: Sci·Fdi, Revista de ciencia ficción 2.

Estoy muy contento por haber conseguido sacar más de un número, parte de los que os pasáis por aquí conoceis el mundillo editorial y sabéis la cantidad de revistas y fanzines que no pasan del número uno, así que es todo un orgullo haber podido sacar esta revista adelante. El primer número tuvo una acogida excelente y el palomar al que nos llegan los pergaminos de los relatos quedó prácticamente desbordado. Pero, afortunadamente, ningún pájaro resultó herido y seguimos buscando colaboraciones, así que aprovecho para tiraros un poquito de las orejas, queridos lectores habituales: sé que muchos de vosotros teneis mucho talento escribiendo, sea ficción o ensayo, y sois además una recua de nerds lectores de ciencia ficción, no tenéis ninguna excusa para no enviar algo para el próximo número. Si no lo hacéis por mí, ¡hacedlo por la fama!

Como decía, tuvimos un buen número de colaboradores, así que el material en este segundo número es, si cabe, más interesante aún que el primero. Si en nuestro estreno intentamos atraer (incautos) lectores con la presentación de Miquel Barceló, su relato Doy y recibo y un revelador ensayo sobre Ballard de Miguel Valero (que ha sido lo más leído de la revista), en este número tenemos un artículo sobre Ray Bradbury y su etapa como guionista de cómics en EC y unos cuantos relatos muy, muy buenos. Mis dos favoritos son Paulina, de Laura Ponce y Simeón el estilita, de Mario García Bartual. ¡Echadles un vistazo, seguro que os gustan!

Y una vez comentadas las bondades de la revista, toca mi momentito de autobombo: una de las colaboraciones con las que contábamos para este segundo número se cayó a última hora, así que tuve que salir de suplente y en apenas una semana leerme 2010, Odisea dos y escribir un ensayo sobre la novela. Una lectura tan apresurada no me ayudó a sacar demasiadas buenas ideas del texto de Clarke, así que decidí enfocarlo en resaltar las diferencias entre el 2010 de la ficción y el real, y tratar de buscar las razones de estos cambios y por qué la ciencia ficción del momento no supo verlos. Verdaderamente creo que esto puede dar pie a un buen debate, más que nada por que a buen seguro he pasado unas cuantas cosas por alto en mi artículo, así que si os apetece añadir algo por aquí todo comentario será bienvenido, aunque sea injurioso.

Espero que os guste este segundo número, y que dentro de poco pueda estar anunciándoos el tercero.


P. D.: aquí tenéis un enlace a la revista en formato PDF.

martes, 22 de junio de 2010

Cartas de España

En la anterior entrada hablaba sobre las citas, y, como siempre, lo más interesante del artículo estaba en los comentarios, con la discusión acerca de lo adecuado (o no) de las citas. Mi idea es que como forma de transmitir una idea son bastante incompletas, suelen necesitar un contexto para explicarlas, ya que tienen poca capacidad para expresar sutilezas. Mi problema es que (creo que también lo decía en la otra entrada) suelo contradecirme a mí mismo. No me gustan las citas, pero cuando leo, me gusta subrayar pasajes o marcar ciertas ideas importantes. En ocasiones estoy leyendo y me dan ganas de venir aquí y compartir con vosotros alguna frase, o un párrafo, aunque, bueno, normalmente me vence la pereza y tengo esto bastante abandonado.

Por eso, al final, divido los libros que leo en tres grandes categorías: aquellos de los que hablo, bien por aquí o por el otro blog, otros de los que no hablo por que no me han dicho mucho o no he sabido extraer nada de interés sobre lo que hablar y por último, libros de los que me cuesta escribir por que tienen mucho de lo que hablar, un montón de ideas interesantes para tratar, tantas que me siento abrumado y no sé por donde empezar. O lo que es más triste, empiezo a escribir sobre ellos y acabo dejándolo a la mitad. Me viene a la memoria mi serie de entradas sobre Lost, en las que quería tratar un montón de reflexiones e ideas locas que había tenido viendo la última temporada, y al final no pude desarrollarlas todas como quería, o un montón de entradas en las que hablo de siguientes entregas que nunca llegaron. Las últimas, esta sobre un cómic de Breccia y otro de Víctor Mora y dos entradas sobre Al principio fue... la línea de comandos, que me temo tendré que releer, por que dejé unas cuantas ideas muy interesantes en el tintero.

¿A qué viene todo esto? A un libro, las Cartas de España, de Jose María Blanco White, que llevo un tiempo leyendo, durante los viajes en el metro, que cae en esta última categoría y me daría pena dejarlo sin comentar aunque fuera de una forma muy vaga. Como decía más arriba, suelo contradecirme, y a medida que he ido leyendo he ido acumulando decenas y decenas de pasajes marcados. Y es que en el libro se puede encontrar tanto soflamas anticlericales que, lamentablemente, hoy en día siguen vigentes como retratos de la vida diaria que en ocasiones recuerdan a la España gótica de novelas como Manuscrito encontrado en Zaragoza, todo contado con una mezcla entre el pesimismo y la tristeza que nos caracteriza a los españoles que hablamos de España y su historia y la ironía y el humor negro (un tanto inglés) cuando habla de las supersticiones de los españoles de su época.

lunes, 14 de junio de 2010

Lecturas

No me gusta demasiado rellenar el blog mediante citas, siempre he preferido pasarme una temporada sin actualizar antes que colgar una entrada que sólo tenga tres líneas y apenas diga nada, pero hoy he encontrado algo que merece la pena, y me interesaba compartirlo con vosotros
Uno escribe su vida cuando cree escribir sus lecturas
Ricardo Piglia

De vez en cuando echo un vistazo a las entradas antiguas de este blog, y puedo ver todo lo que he ido aprendiendo, las cosas que he descubierto y, sobre todo, las cosas que aún no conozco, que son cada vez más. Releo entradas y siento una mezcla entre sonrojo por los errores en forma y en fondo cometidos, nostalgia y una sensación extraña de estar leyéndome a mí mismo, pero también leer a una persona distinta.

Por que cuando escribimos sobre nuestras lecturas, solemos escribir para los demás, para compartir nuestras ideas y tratar de crear un diálogo con otras personas, pero pocas veces pensamos que también estamos escribiendo para nuestros yo del futuro. Congelamos nuestra mente y nuestras opiniones tal y como son a día de hoy, y no sabemos cómo vamos a haber cambiado cuando lo leamos en el futuro.

jueves, 10 de junio de 2010

Los Solfamidas

El otro día reflexionaba aquí sobre la referencialidad en Los Simpson. Como decía en esa entrada, cada episodio de la serie está lleno de referencias a la cultura popular. En ocasiones, estas referencias son obvias, en otras son guiños para el entendido, y algunas son un desafío. El episodio "El cuarteto vocal de Homer" tiene un montón de guiños a The Beatles (no es el único episodio donde aparecen), la mayoría bastante obvios, con la carrera de Los Solfamidas como un reflejo de la carrera de The Beatles. Pero también hay algún detalle mucho más difícil.

Como decía en la anterior entrada, estos guiños más crípticos funcionan como una recompensa al espectador. Y hay algunos que son un verdadero regalo, como esta de aquí. ¿os habíais dado cuenta de ello al ver el episodio? La verdad es que yo no.

martes, 1 de junio de 2010

Una mitología americana

Estos días he estado viendo Hermanos de sangre, la serie sobre la Segunda Guerra Mundial que Spielberg y Tom Hanks produjeron tras Salvar al soldado Ryan. No voy a entrar a analizar la serie, por que ya hay infinidad de reseñas y críticas por ahí. Me voy a centrar en una escena en concreto.

Tras el final de la guerra, tanto Europa como Estados Unidos tardaron mucho tiempo en recuperarse, tanto del esfuerzo bélico como de los horrores descubiertos en los campos de exterminio. El cine europeo trató durante mucho tiempo de asimilar el horror, sin saber muy bien cómo afrontarlo, mientras que en Estados Unidos el cine se centró en vender las bondades de su intervención en Europa (algo indiscutible, por otra parte, esta entrada no va a cuestionar eso), digamos que a tratar el horror de la guerra como un sacrificio, doloroso, pero necesario.

Quizá la imagen más icónica de este sacrificio sea el desembarco de Normandía, el Día D. No hay más que pensar en lo influyente que fue la escena del desembarco que rodaron en Salvar al soldado Ryan, replicada en películas como Troya, de Wolfgang Petersen, en la escena del desembarco de la flota griega en las playas de Troya, o la batalla en la playa del Robin Hood de Ridley Scott. Esta es una parte muy clara de la mitología creada alrededor de esta guerra a través del cine. Pero hay más, y es que las películas, o en este caso una serie, son herramientas muy poderosas de transmisión de ideología, más eficaz cuanto más sutil sea esto. Y parte de la ideología de Hermanos de sangre se centra en el sufrimiento de los soldados, cómo experimentan el horror de la guerra y cómo pueden soportarlo sabiendo que es una guerra justa, contra un enemigo que apenas tiene rostro en la serie. Es cierto que en ocasiones se da un poco de humanidad a los alemanes, pero suele ser para que el soldado estadounidense se de cuenta de ello, son momentos puntuales, donde se humaniza al alemán para crear un efecto en el soldado estadounidense, para que el espectador se de cuenta de cómo el soldado estadounidense sufre por haber disparado a un semejante, pero no para que el espectador se de cuenta de que los otros cientos de alemanes que mueren durante la serie son también seres humanos.

Como decía antes, esta ideología debe ser sutil, sí, pero también debe transmitirse en momentos concretos: en un episodio mueren cien alemanes, pero sólo se muestra la cara de uno de ellos al espectador, sólo uno es humano, y el resto no importan. Ahora, mirad este video



¿Qué es lo que vemos? En 3:15, un soldado estadounidense tira una granada al interior de una casa, en 4:10, otra granada, en 4:20, disparan un cohete contra una casa, y en 4:35... muestran cómo el soldado no tira la granada... por que hay civiles en la casa. Pero ¿y en las otras casas que han volado?¿No había civiles? Mostrando al soldado que no llega a lanzar la granada muestran cómo los soldados estadounidenses no querían herir o matar civiles, se le subraya esto al espectador, pero éste nunca llega a pensar que en las otras casas han podido matar a varios civiles, antes de que éste pueda pararse a pensar, distraído por la rápida acción de la escena, fascinado por el despliegue de violencia y preocupado por algunos personajes, se le suministra el antídoto moral: antes de que pueda pensar en los civiles muertos en el combate, se le muestra una buena acción para con ellos, y así no tiene que volver a pensar en el tema.

Ahí está el poder de la ficción para transmitir una ideología.

domingo, 23 de mayo de 2010

Referencialidad

Últimamente he estado leyendo Los Simpson y la filosofía, no de una forma regular, si no como un libro de mesilla de noche, que de vez en cuando cojo y leo alguno de los ensayos que lo componen. Podríamos decir que es una especie de lectura ligera filosófica, con un claro espíritu divulgativo, reflexionando sobre ciertos aspectos clave de la serie, todo ello en un lenguaje claro y sencillo (que no implica que sea simple), y que apuesta por que el lector comprenda lo principal del mensaje del autor en lugar de profundizar en el tema y sacar conclusiones de más calado.

De lo que llevo leído hasta ahora, que es el primer tercio del libro y algún que otro ensayo suelto, predominan los análisis morales de distintos personajes de la serie según los modelos propuestos por algunos filósofos, como por ejemplo un análisis de Homer según la ética aristotélica, o, como no, el inevitable paralelismo entre Bart y la moral nietzscheana, eso sí, desde un punto de vista muy estadounidense, y un tanto mojigato: por ejemplo, no toma en consideración que Bart no puede ser el modelo moral de Nietzsche por su superstición religiosa, y en este sentido recalco lo que comenté sobre lo estadounidense de estos ensayos, ya que no cuestionan la religión como guía moral necesaria. Bart sigue preso de la moral del esclavo, y en gran parte esto es debido a su superstición religiosa. En donde sí que aciertan en este ensayo es en apuntar que Bart no actúa según sus propios códigos, si no en oposición a los códigos de los demás, a diferencia del dichoso superhombre de Nietzsche, que es capaz de crear sus reglas morales y vivir de acuerdo a ellas.

Bueno, que me voy por las ramas. Quitando los diversos análisis morales de los personajes de la serie, que como he dicho, pecan de ser un poco mojigatos, hay otros textos muy interesantes, en los que se expone la serie como reflejo de la sociedad actual y de la cultura popular. Y entre estos se encuentra el que motiva esta entrada "Los Simpson y la alusión: el peor ensayo de la historia", de William Irving y J. R. Lombardo, que señala a las referencias a otros productos de la cultura popular como uno de los factores del éxito de Los Simpson. Y es que el humor de Los Simpson suele funcionar a varios niveles, cada uno de ellos orientado a un público distinto, por eso la serie hace reír tanto a chavales como a adultos. Además, estas referencias sirven como recompensa para el espectador más sabelotodo, el que es capaz no sólo de pillar el chiste que está en primer plano, si no captar todos los guiños de la escena.

Esto me hizo reflexionar no sólo sobre Los Simpson, si no también sobre Padre de familia. Y es que mucha gente que conozco considera esta segunda serie como mejor que Los Simpson, cosa que a mí me desconcierta, ya que, sí, me hace gracia, pero no me río tanto con un episodio de Padre de familia que haya visto tres veces que con uno de Los Simpson que haya visto quince... ¿por qué? Muy sencillo: como he dicho antes, en Los Simpson las referencias pasan normalmente a un segundo plano, sin eclipsar el hilo del episodio, y si bien en ocasiones son fáciles de descubrir, otras veces son más sutiles, y funcionan como una recompensa, un premio a la vista y a la cultura que posee el espectador. Por otro lado, en Padre de familia, las referencias son obvias, se lanzan a la cara del espectador. Pueden ser graciosas, sí, pero se pierde esa pequeña satisfacción que proporciona descubrirlas, pero, a cambio, ofrecen la sensación de haber sabido captar todas las referencias de un único vistazo, una gratificación tramposa. La obviedad es la principal virtud y el peor defecto de Padre de familia: virtud por que no exige ningún esfuerzo para extraer todos los guiños, y defecto por que esto la convierte en una serie que aporta menos en cada repetición, y no tiene el efecto sorpresa de un revisionado de Los Simpson.

Cosa que, por otra parte, enlaza con lo comentado en mi última entrada sobre Perdidos, que es la exigencia de muchos fans de disponer de toda la información sin esfuerzo, y las frustraciones que provoca la narrativa huidiza de la serie, que opta por las pistas en segundo plano, hasta que se hizo inevitable utilizar el esquema de Padre de familia: parar la narración para satisfacer al fan. En Perdidos, en un momento dado un personaje se parará y le explicará a otro en voz alta y bien claro alguno de los misterios de la Isla, y en Padre de familia se señaliza que se va a parar el episodio para que empiece el sketch.

Es curioso que la gente rechace las risas enlatadas con el argumento de que son un insulto a su inteligencia, indicando el momento en que hay que reir, pero yo no veo tanta diferencia entre muchos de los sketches de Padre de familia con ese viejo recurso o el más viejo aún cartel de "Aplausos".

jueves, 20 de mayo de 2010

Lost (IIII)

Al final he dejado parada esta miniserie durante demasiado tiempo, así que (supongo) parte de las cosas que quería contar son a estas alturas irrelevantes, ya que han sido sobrepasadas por los episodios que se han ido emitiendo. Sin embargo, en la tercera entrada comencé a hablar sobre un tema que dejé a medias: la relación entre la serie y sus fanboys.

En la entrada anterior comentaba cómo Perdidos ha sido una serie pionera en el sentido de que ha sido la primera (o una de las primeras) series en las que se ha producido una retroalimentación entre los aficionados y los guionistas. Este aspecto es muy importante, ya que es una de las principales características de la serie: desde el primer momento los guionistas han apostado por el misterio como hilo conductor de la serie. Ya en el primer episodio nos dejaban descolocados con unas cuantas cosas extrañas, y desde entonces nos han estado guiando con el palo y la zanahoria, de vez en cuando daban una pista, y a cambio dejaban en el aire nuevas preguntas.

Cada una de estas preguntas era de inmediato objeto de especulación en cientos de foros y mentideros de Internet, gente se dedicaba a crear teorías disparatadas o a recopilar las líneas de investigación abiertas. Y estas teorías y listas eran utilizadas por los guionistas a la hora de seguir escribiendo la serie, como una fuente de posibles soluciones que no se les hubieran ocurrido, o como una forma de medir los aspectos de la serie que más interesaban al público.

Pero esto no era suficiente para algunos, no bastaba con entrar a esas páginas a comentar sus teorías, o no querían calentarse la cabeza pensando en soluciones a esos misterios, así que empezaron a exigir respuestas, y me gustaría recalcar el uso de exigir. Es cierto que la serie siempre ha sido generosa en preguntas y rácana en respuestas, y durante las primeras temporadas muy pocas cosas quedaban resueltas de una manera clara. Pero había pistas, señales para el espectador atento. Y ahí estaba el problema: se necesitaba un esfuerzo para hilar estas pistas con los interrogantes abiertos en la serie, y la mayoría de la gente no quiere (¿puede?) esforzarse.

Ya he dicho antes que esta serie se basa en aceptar el misterio, y no en buscar una explicación. Y también he dicho que esta serie es un reflejo fiel de nuestro tiempo, el zeitgeist de la primera década del Siglo XXI, y como tal, más influenciada por las teorías posmodernas que por la narrativa clásica, así que tenemos que olvidarnos de la realidad objetiva de los modelos tradicionales a la hora de analizar la serie, y, desde un punto de vista posmodernista, entender que la realidad no es inteligible, si no interpretable. Buscar una explicación objetiva es no haber entendido la serie, lo malo de esto es que a la gente no le gusta interpretar, si no que le gusta vivir en base a un marco fijo de normas, en un contexto fijo y bien definido.

Parece que los guionistas de Perdidos se han ido dando cuenta de esto a medida que se acercaba el final, y al hecho que el fanboy, como comenté anteriormente, es alguien sujeto a las más bajas pasiones (genial esta entrada del Parado Amancebado), propenso a pensar con... bueno, a no pensar, antes que pensar con la cabeza, y la última temporada está siendo una temporada destinada a satisfacer al fanboy, cosa que como hemos visto, es imposible. Los guionistas han abandonado el método de las pistas y las miguitas de pan y han optado por el subrayado, por dejarlo todo lo más claro posible.

¿A qué ha conducido esto? A más fanboys furiosos y a preguntas respondidas de forma un tanto cutre, además de a algunas escenas verdaderamente vergonzosas, con los personajes diciendo en voz alta algunas de estas respuestas, como Michael explicando qué son las voces. Para que no queden dudas, para que el fanboy pueda estar tranquilo... ¿cuántas veces se ha repetido un esquema como este en la última temporada?
— ¿Sólo puedes tomar la apariencia de alguien que haya muerto?
— Sí
— ¿Seguro?¿Entonces mi padre eras tú?
— ¡Que sí, cojona!
El subrayado extremo para evitar toda duda, para eliminar cualquier resquicio de ambigüedad.Y es que la ambigüedad necesita de una interpretación o un análisis, con el esfuerzo que esto requiere. Este intento de contentar al fanboy más ramplón y furioso, la serie ha descendido hasta su nivel, y es que no puedes ganar discutiendo con un idiota...

miércoles, 19 de mayo de 2010

Campos de fútbol

Hace tiempo que las unidades de medida del Sistema Métrico Internacional han perdido el favor del público. Parece que a la gente no le gusta utilizar esas medidas arbitratias, seguramente creadas por algún científico loco en una noche de tormenta. Y es que ¿a quién no se le traba la lengua con tanto prefijo griego? Los ingleses, pueblo visionario donde los haya, supieron anticipar la debacle que produce utilizar unidades de medida tan antinaturales como los metros o los kilos, invento de unos franceses, encima. Por eso ellos han seguido utilizando sus viejas medidas, en un sistema del que podemos tomar referencias inequívocas. Porque no todo el mundo sabe cuánto mide un centímetro, pero sí sabemos lo que mide un pie, o una pulgada, ¿un codo? o un furlong (para los que no lo sepais, la distancia que una yunta de bueyes puede tirar de un arado de una tacada, sin descansar). Y eso por no hablar de utilizar la base 10 para las medidas, algo totalmente arbitrario y antinatural. Mucho mejor el sistema inglés: un pie son 12 pulgadas, un codo 18 pulgadas, una yarda 3 pies y el dichoso furlong son 220 yardas, siendo una milla 8 furlongs, o 5280 pies.

Pero este sistema, tan atado al mundo rural, se ha quedado anticuado en la vida urbana y moderna, donde nadie tiene ni idea de cuánto se puede hacer que un buey tire de un arado sin tener que recurrir a la zanahoria como recompensa o al látigo como incentivo para arañar unas pulgadas más en el surco. De hecho, mucha gente no sabe ni lo que es arar ni lo que es un buey, así que nadie se aclararía si decimos que una finca mide 15 furlongs cuadrados, o cien acres, como el bosque de Winnie the Pooh (más sobre el acre, abajo), por no hablar de la obtusa hectárea, que el hombre de a pie sólo sabe asociar a incencios forestales.

Por estas y otras diversas razones (que no vienen al caso), los medios de comunicación, siempre preocupados por su público y sobre todo por no calentarles la cabeza a los espectadores con conceptos abstractos y de difícil digestión, han optado por simplificar las unidades de medida.

El modelo a seguir es el fútbol, algo que todo el mundo puede entender. No hay más que echar un vistazo a las ventas de la prensa diaria. Cualquiera puede coger un día el Marca y ponerse a hablar de los partidos del fin de semana pasada, y pasar por un experto en las tertulias de Manolo Lama o en Carrusel Deportivo, mientras que es más difícil opinar sobre la política monetaria china o llegar a comprender la reforma sanitaria en Estados Unidos. Hasta ahora, la prensa ha futbolizado la política, y así tenemos distintos periódicos donde animan a su equipo partido político favorito e insultan a los rivales. Uno de los primeros medios en poner la política al alcance de cualquiera fue la Cope, dando lugar a lo que Nacho Vigalondo bautizó como nación taxista, o la posibilidad de hablar de política (se puede generalizar a casi cualquier otro campo) sin tener ni puta idea, moda a la que se han ido sumando casi todos sus medios, abrazando estos principios algunos con alegría y otros con cara de circunstancias.

Así, ya tenemos los dos ingredientes necesarios: unos medios que apuestan por el mínimo rasero intelectual y un modelo igualitario de creación de opiniones. Y digo igualitario ya que parece ser una convención aceptada por todos que cualquier opinión es igual de válida, algo propio de, como dirían en Vicisitud y Sordidez, vivir en democracia. Con esto se ha creado el nuevo monstruo de las unidades de medida: los campos de fútbol, una unidad de medida que lo mismo vale para un roto que para un descosido. Originalmente se utilizaba para expresar superficies, sean estas bosques quemados por un incendio, como decíamos antes, pueblos anegados tras una inundación o proyectos faraónicos como los de nuestro querido Gallardón, pero ahora se utiliza también para longitudes o volúmenes, aunque no se suele especificar si es un campo de fútbol lineal, campo de futbol cuadrado o campo de fútbol cúbico (!), dejando a la imaginación del espectador hacerse una idea de la magnitud expresada, como en esta noticia sobre el asteroide Apofis: "el meteorito Apofis [...] tiene como unos 300 metros, unos tres campos de fútbol", en el que no se sabe si son lineales o cúbicos. En esta otra página, podemos encontrar este otro ejemplo de futbolmetría: "En Sevilla se recogieron el año pasado 310.000 toneladas de basura. Se podrían llenar 8 campos de fútbol del tamaño de la Giralda", utilizando el campo de fútbol como unidad de peso y/o volumen, añadiendo el matiz de que tienen "el tamaño de la Giralda" (?)... Y por supuesto, se pueden crear unidades nuevas a partir del campo de fútbol, como en esta noticia sobre la deforestación en Indonesia: "la tasa de deforestación se ha reducido [...] hasta los 1,08 millones de hectáreas al año, el equivalente a unos 123 campos de fútbol a la hora", aunque podrían haber refinado un poco más y haber usado campos de fútbol/partido. Si quieren deleitarse con más ejemplos, pueden buscar en Google "unos * campos de fútbol" y echar un vistazo a los cientos de miles de resultados que aparecen.

El origen del campo de fútbol como unidad de medida no está muy claro. Su uso intensivo en la prensa surgió a finales de la década pasada, y utilizando a Google como máquina del tiempo encontramos las referencias más antiguas allá por 1997, pero no podemos descartar que se usase con anterioridad y no fuera indexado por el buscador (fue creado allá por 1998). Supongo que esta medida empezó a usarse en algún lugar como los telediarios de Antena 3 o Telecinco, cadenas que siempre apostaron por apelar a la (falta de) inteligencia del espectador, pero no hay manera de comprobarlo. Sin embargo, podemos suponer que saltó rápidamente a otros medios más serios, pues ninguno desaprovecha la ocasión de rebozarse en el fango informativo en cuanto se presenta la oportunidad. Utilizando herramientas de arqueología de datos, he llegado a encontrar una de las primeras apariciones del símil en campos de fútbol en la prensa escrita: el día fatídico fue el 4 de septiembre de 1993, en la página 46 del ABC, edición Madrid, por supuesto, hablando de incendios forestales ("destruyendo una superficie de gran valor ecológico equivalente a 10.000 campos de fútbol"). A partir de ahí, comienzan las apariciones esporádicas, hasta sustituir a la hectárea como unidad de medida en prácticamente todas las noticias.

Pero no nos vamos a quedar ahí. Una vez hemos puesto la máquina del tiempo en marcha, no vamos a ser tan mojigatos como para apenas viajar 20 años... ¡no! Yo me he atrevido a llegar más allá: hasta el año 1928, cuando Jardiel Poncela publicó el relato Los asesinatos incongruentes del castillo de Rock, una parodia de Sherlock Holmes. Podeis encontrar este relato en La sombra del asesino, una recopilación de relatos policiacos y detectivescos publicada por Valdemar.

Ahí dejo mi marca como viajero en el tiempo y arqueólogo de datos. Si alguien se atreve a ir más allá, aún queda terreno inexplorado. Echando un vistazo a la Wikipedia podemos calcular dónde está el límite: "el 26 de octubre de 1863 es considerado por muchos como el día del nacimiento del fútbol moderno". Ahí es nada, ¡casi 65 años sin explorar!


Un acre se define como un rectángulo (manda cojones, ¡¡un rectángulo!!) de un furlong de ancho y una cadena de alto, siendo una cadena la décima parte de un furlong o el cuádruple de una vara. Si ajustásemos el acre a las habituales medidas de superficie en cuadrados, sería uno de 208 pies y 9 pulgadas de lado, aproximadamente 43.560 pies cuadrados. El origen de esta medida es lo que un hombre puede arar en un día, supongo que con la misma yunta con la que midieron el furlong, por que si no esto sería un cachondeo. (volver arriba)

martes, 20 de abril de 2010

Lost (III)

Llegamos a la tercera entrega de esta miniserie de entradas sobre Lost. En los dos primeros comentaba dos aspectos de la serie que por obvios pueden pasar desapercibidos, pero que sirven para caracterizar Lost como una de las series que mejor refleja el mundo en esta primera década tras el año 2000: el auge de las pseudociencias y la conspiranoia. Estos dos fenómenos tienen su base en un mismo principio, que es utilizar la narrativa como mecanismo para describir la realidad, en oposición al método científico, que trata de utilizar modelos matemáticos.

El tercer aspecto que quería comentar también tiene que ver con la narrativa, y cómo los guionistas juegan con ella, creando lo que podríamos llamar un nivel metanarrativo por encima de la trama principal de la serie. Desde el comienzo de la serie se han podido encontrar miles y miles de páginas dedicadas a analizar cada episodio, cada trama y cada pista dejada por los autores, buscando descubrir el misterio que guarda la Isla. Y los guionistas de la serie se han aprovechado de esto, comentando que de vez en cuando tenían en cuenta algunas de las teorías de sus fans a la hora de escribir los episodios. Así, Lost se ha convertido en una especie de serie transmedia, donde era tan importante estar al día con los episodios como con los distintos mentideros de Internet.

La posibilidad del feedback inmediato entre autores y espectadores podría ser el sueño de cualquier escritor, pero a la larga se acaba convirtiendo en un arma de doble filo, por culpa de un fenómeno cada vez más exagerado: el fanboy. El fanboy no es un aficionado normal, si no que es un paladín de una causa, y está unido a ello por una extraña relación de amor-odio. Esta clase de personas es cerril por naturaleza, capaz de defender los errores más sonrojantes de aquello que le guste o aborrecerlo por que se ha sentido defraudado. Por que el fanboy surge del hype como mecanismo de publicidad, esa extraña corriente que declara a una película aún sin estrenar como la película del milenio (véase The Dark Knight). Y con esas expectativas, nada va a satisfacer al fanboy.

No hay más que darse un paseo por Facebook para verlo, con decenas de grupos de gente que ya está cabreada por que el final de Lost los va a defraudar. Sin embargo, lo que ningún miembro de estos grupos se ha dado cuenta es de que el final de Lost es lo menos importante: la serie no va de respuestas, si no de misterios. Ver Lost y frustrarse por que no dan las respuestas que queremos es como ver una porno hasta el final para ver si se casan.

Llegado a este punto, no quiero alargar esta entrada, así que voy a tener que cortar por la mitad este tema de la metanarrativa en la serie, que intentaré terminar antes de que la serie me adelante. De momento, ya que he hablado acerca del fenómeno fanboy/hype, me gustaría enlazar, por un lado, la columna Crónicas del hype de Libro de notas, donde se analiza este fenómeno en profundidad, y por otro lado, el artículo sobre los darknights de Vicisitud y Sordidez, ya que en parte, en la siguiente entrada voy a seguir hablando de ellos.