viernes, 30 de octubre de 2009

Bioy Casares y Borges resuelven misterios

Hace tiempo me compré, picado por la curiosidad, un pequeño libro llamado Seis problemas para Don Isidro Parodi, una recopilación de, como su propio nombre indica, seis relatos detectivescos escritos a cuatro manos por Borges y Bioy Casares, bajo el seudónimo H. Bustos Domecq (otro autor más a sumarse a las bibliotecas inexistentes de Borges).

Conocía la afición de Borges al género detectivesco en su forma más clásica (imprescindible este artículo de Clau al respecto), el whodunit cuyos mayores exponentes son Sherlock Holmes, las novelas de Agatha Christie o el Padre Brown de Chesterton, entre otros. Para crear a Isidro Parodi, Borges y Bioy Casares reúnen los principales tópicos del género y amplifican, haciendo con ellos una sorprendente reducción al absurdo, que, sin embargo, funciona bien como parte del género.


La principal ruptura de estos relatos frente al género original consiste en su organización. Podríamos decir que casi todos los relatos canónicos del género se dividen en tres partes, que llamaremos actos. En el primer acto se presenta el misterio, en el segundo se investiga el asunto y en el tercero se le da una explicación detallada de la solución del caso al lector. En las historias de Isidro Parodi no hay segundo acto, no hay investigación, por que el detective está preso en una cárcel. Parodi no puede interrogar a testigos, no puede husmear el lugar de los hechos ni reunir pistas. Ha de prescindir de todos los elementos físicos de las historias de detectives y quedarse sólo con el aspecto intelectual, con la capacidad de deducción.

Por supuesto, como buena parodia de un género, en estas historias abunda el humor, no en forma de chistes, si no con unos personajes tan excesivos, tan tópicos e imposibles como el mismo Parodi, que se van encadenando a través de cada uno de los relatos, como el actor Montenebro, que tras aparecer en el segundo misterio, vuelve en los cuatro siguientes, convirtiéndose en el mejor personaje de todos. Borges y Bioy Casares no dudan en reírse de todos estos personajes secundarios, en hacernos ver lo absurdos y ridículos que son, salvándose únicamente Parodi.

Estas seis historias harán las delicias de cualquier aficionado al género, sin embargo, han envejecido bastante mal. En ocasiones utilizan un lenguaje demasiado farragoso, no sé si como una parodia de las formas de hablar de la época, pero que obliga al lector a tener que leer con cautela, lo que llega a veces a romper el ritmo o a hacerte perder el hilo.

sábado, 24 de octubre de 2009

Santander, crónica negra

A veces, cuando vuelvo al norte, a Torrelavega, me doy cuenta de cuánto ha cambiado la ciudad. No sólo en estos años en los que he vivido lejos, si no lo distinta que es la ciudad de las imágenes que tengo grabadas de ella, imágenes de cuando era muy pequeño y veía por primera vez sus calles. En mi mente, muchas zonas de Torrelavega siguen estando tal y como eran a finales de los ochenta, calles de una ciudad industrial, sucia, aún metida en aquellos años que llenaron las calles de yonkis, y en una reconversión industrial que mandó a mucha gente al paro. Recuerdo las huelgas y las manifestaciones cuando las fábricas declararon suspensión de pagos y una sucursal de Banesto acabó casi quemada, en plena plaza mayor. Recuerdo los locales comerciales vacíos, con carteles de "se alquila" y los cristales rotos, las aceras llenas de huecos y charcos, la suciedad en las calles.

Desde entonces, la ciudad ha cambiado bastante. Superada la crisis industrial de principios de los noventa, parecía que volvía la prosperidad, desaparecían los perennes carteles de "se alquila" y aparecían nuevos negocios. Los obreros iban arreglando poco a poco las aceras y las plazas de la ciudad y los barrenderos se esmeraban en mantener impecables las calles. Torrelavega parecía una ciudad distinta.

Sin embargo, de vez en cuando, como si la vida fuera una novela de John Connolly, vuelve a aparecer ese pasado sórdido, esa particular crónica negra. Cantabria nunca ha formado parte de esas partes de España asociadas a la crónica negra, no ha habido asesinatos crueles en cortijos, tampoco tenemos ningún Puerto Hurraco. Cantabria nunca ha sido parte de nada importante. Lo único que nos proporciona esta comunidad autónoma es una especie de melancolía, producto de vivir en una suerte de no-lugar. Pero sí que tenemos un pequeño historial de criminales, como el famoso Mataviejas de Santander (en la wiki sólo está en inglés). Y, este fin de semana, Tomasín, uno de estos criminales que todo el mundo creía olvidado ha vuelto a la primera plana de los periódicos, al ser asesinado en misteriosas circuntancias prácticamente en la puerta de la cárcel.

A veces, la vida real parece mezclarse con la ficción. Como en esta excelente crónica negra acerca de la muerte de Tomasín en El País. El reportero mezcla sabiamente la crónica de un suceso real con los tópicos de la novela negra. A destacar esta frase: Es un local en el que coexisten, según un cliente habitual, "jóvenes fumadores de porros que sólo quieren liarse un canuto mientras ven el partido con personajes oscuros que no sabes la historia que llevan detrás". Sigue habiendo poesía en los periódicos.

lunes, 19 de octubre de 2009

Sven Hassel

Una de las mejores cosas de vivir en un barrio como Chamberí es que puedo ir dando un paseo a casi cualquier sitio. Y, si tengo tiempo, parar en alguna de las librerías de viejo que encuentro por el camino. Es una especie de ritual que llevo a cabo de vez en cuando. Suelo ir a dos de ellas, pero sin lugar a dudas, mi favorita es ésta que se ve en la imagen de Street View, con esos dos muebles llenos de libros en la puerta. Me encanta por que está abarrotada de libros y apenas se puede pasar entre las estanterías. Cada vez que paso por delante, echo un vistazo al monedero, cuento rápidamente el dinero que llevo encima y entro a ver qué puedo llevarme para casa: algún libro de un escritor del que me han hablado bien, un pequeño volumen de relatos o novelas de bolsillo a buen precio. En mi anterior visita descubrí un alijo de novelas de Saramago por tres euros, y hoy, por ocho euros, me he ido a casa con otros cinco libros: Jack London, Guy de Maupassant, Graham Greene, Borges... y un libro de Sven Hassel.

Desde que me compré La legión de los condenados en una de estas librerías de viejo, cada vez que encuentro alguno de sus libros en más o menos buen estado me lo compro, así que ya he reunido una buena colección de libros de distintas ediciones, alguno de ellos repetidos. Sin embargo, el no saberme el orden de publicación hace que, por ejemplo, hoy haya dejado en las estanterías el cuarto volumen, y me haya llevado el séptimo.

Ya había hablado de las novelas de Sven en este blog en dos ocasiones, una, cuando leí su primera novela, La legión de los condenados, y cuando leí la segunda, Los panzer de la muerte. Viendo las fechas, me he dado cuenta de que llevaba casi un año sin leer nada suyo, pero desde septiembre llevo una racha bastante intensa de consumo de material de la Segunda Guerra Mundial, y, además de películas, videojuegos y algún que otro ensayo, han caído un par de las aventuras de Sven, leídas en desorden.

En la primera de ellas, Comando Reichsfuhrer Himmler (que en realidad es la novena de la seria), Sven y sus compañeros salen desde el campo de Sennelager para formar el batallón de castigo 999, formado, como es habitual, por criminales y disidentes, destinados al frente soviético como carne de cañón. Esta no es una de las mejores novelas de Hassel, diría que es la más floja que he leído, y es demasiado errática. Quizá sea esta donde Sven Hassel, además de mostrar la crudeza del frente, quiso contar el horror de la retaguardia. Y es que resultan mucho más espeluznantes los episodios en los campos de prisioneros y la marcha al frente de los WU (Wehrmacht Unwürdig), los soldados indignos de los batallones penitenciarios, o la represión del alzamiento de Varsovia por parte de los batallones de SS ucranianos que los capítulos en los que el pelotón de Sven, Hermanito, Porta y el Viejo se quedan tras las líneas soviéticas y han de abrirse camino hasta alcanzar de nuevo a los alemanes.

En las novelas de Sven Hassel todo el mundo parece ser furiosamente antinazi, salvo algún que otro fanático, como el ex SS Julius Heide. En ocasiones te preguntas cómo fue toda esa pesadilla posible si todo el mundo odiaba a Hitler y sus secuaces. Incluso a lo largo de sus novelas hace unas cuantas bromas con esto. A medida que se avanza en la serie de novelas y la guerra está cada vez más perdida para Alemania, cada vez son más los personajes que se declaran disidentes. De esta forma, las novelas chocan con las teorías de los biógrafos alternativos de Sven Hassel, que sostienen la hipótesis de que éste no estuvo en ningún batallón penitenciario, si no que fue miembro de la división SS Panzer Wiking, formada por voluntarios escandinavos, o bien fue un colaboracionista que nunca pisó el frente soviético, y en realidad sus novelas son el relato de algunos de los SS daneses capturados tras la guerra.

Esta polémica no está demasiado clara, y hay que tomarse los libros de Hassel no como una rigurosa autobiografía, si no como una versión novelada de anécdotas propias y ajenas. Quizá no existieron Porta, o el Viejo, quizá sólo sean la suma de un montón de los compañeros de Hassel en el frente soviético, sin embargo, Hassel ha sabido darles vida plena a través de sus novelas. Sentimos miedo con ellos, el cansancio del frente, e incluso consigue que nos sintamos incómodos cuando alguno de ellos hace enfadar al Viejo. Como el título de su tercera novela, en estas páginas encontramos a auténticos Camaradas del frente.

jueves, 15 de octubre de 2009

El soplón

En ocasiones, cuando vas al cine, te das cuenta de que has cometido un error al elegir la película, y que acabas de tirar tu dinero a la basura. Pues bien, el día que vi ésta película fue uno de esos días. Quizá sea exagerado empezar así una reseña, o una crítica, pero con los precios del cine en crecimiento constante, ver una película que no sólo no te gusta, si no que te aburre y que en gran parte de sus (eternos) 108 minutos de duración te los pasas pensando en cuánto quedará todavía es una experiencia frustrante.

Y es que ¡El soplón! (The Informant! en su título original) sufre del mismo efecto que las diversas secuelas de Ocean's Eleven: si bien la primera película resulta muy interesante y los giros argumentales que van revelando todo el plan maestro son realmente sorprendentes, sus continuaciones son aburridas por que sabemos en cada momento qué es lo que va a pasar a continuación. En ¡El soplón! esto pasa sin necesidad de ninguna secuela.

El argumento es sencillo. Tenemos a Matt Damon, interpretando a un ejecutivo de una compañía azucarera llamado Mark Whitaker, que se enreda en una especie de doble juego, informando al FBI de algunas prácticas ilegales de su empresa. Pero, mientras hace de infiltrado dentro de su compañía, el FBI ha de desenmarañar la red de mentiras en las que Whitaker envuelve todo lo que ha ido contándoles. La presión de pasar varios años llevando esa doble vida ha acabado volviendo medio loco a Whitaker, y no se sabe dónde empieza la realidad y dónde sus mentiras.

Matt Damon hace un trabajo interesante, con ese Whitaker que al final no sabes si es un mentiroso compulsivo, un genio o directamente estúpido. Sin embargo, el esquema cíclico (o espiral) del guión resulta bastante tedioso, contando demasiadas veces la misma historia de espionaje, Whitaker contando su versión, el FBI descubriendo la mentira y Whitaker contando otra bola más grande aún. Como decía antes, la primera repetición es interesante, la segunda, no demasiado, pero la tercera, cuarta o quinta son directamente aburridas.

En resumen, la película pierde mucho de su interés a medida que avanza el metraje, y, si bien pretende ser una comedia, el humor no aparece demasiado, salvo un par de momentos verdaderamente divertidos, que, lamentablemente, no consiguen salvar al resto.

miércoles, 14 de octubre de 2009

De vuelta

De nuevo una temporada de sequía en el blog. No es que tenga un ritmo desenfrenado de actualizaciones, pero un mes sin poner ninguna entrada nueva me parece demasiado incluso a mí. Estas temporadas de barbecho suelen coincidir con los días en los que estoy más desocupado. Es curioso, cuando tengo más tiempo para leer, escuchar música o ver películas es cuando menos consigo centrarme para ponerme a escribir. Y no es por falta de ganas, o de ideas que me gustaría desarrollar, más bien al contrario, hay un montón de cosas sobre las que me gustaría hablar, pero no consigo sentarme delante del ordenador y concentrarme en la escritura. En las temporadas de más actividad, de más agobio, me es mucho más fácil hilar una serie de ideas, o terminar de ver una peli y tener más o menos pensado qué es lo que me gustaría reseñar de ella. Sin embargo, ahora tengo la mente casi de vacaciones, y las ideas van surgiendo más despacio, más inconexas.

Quizá el problema sea que cada vez que me siento a escribir algo, intento abarcar demasiado, y acabo soltando unos rollos inaguantables. Tengo las entradas más o menos pensadas antes de sentarme, y, simplemente, escribo. Intento hacer borradores con las ideas sueltas que se me van ocurriendo, o incluso anotándolas en un papel, pero acaban guardando polvo virtual, por que sólo se escribir de manera impulsiva. Y debería cambiar esto.

Verdaderamente, tengo muchas ganas de escribir sobre un montón de cosas. Aunque me conformaría con llegar a escribir algo de la décima parte de ellas. Este tipo de pequeños ejercicios de metablogging son realmente útiles, permiten volver a poner a punto la mente y los dedos, y ahora el hueco sin actualizaciones no parece tan grande. ¿son un vil truco, una entrada vacía? Quizá, pero también terapeútica.