lunes, 22 de marzo de 2010

Lost

Hace tiempo que no escribía nada sobre Perdidos, algo más de tres años, tres años de una extraña relación de amor-odio con esta serie. La última vez, allá por 2005 ya hablaba sobre una de las características de la serie: el enfrentamiento entre el hombre de ciencia, Jack, y el hombre de fe, Locke, y cómo la serie parecía apostar claramente por el segundo, obligando a Jack a dar un "salto de fe" y aceptar el misterio de la Isla.

Y es que Perdidos es una serie muy hija de nuestro tiempo, de ahí la necesidad de representar el conflicto entre fe y razón, entre fe y ciencia, cada vez más presente en una sociedad que tras unas cuantas décadas de increíbles avances científicos parece necesitada de algún tipo de pensamiento mágico. El ejemplo más claro de este espíritu de los tiempos lo encontramos en la historia de la Isla. Primero, es controlada por la Iniciativa Dharma, una organización principalmente científica, nacida a principios de los años 70, en la era del optimismo tecnológico (aún estaba reciente el alunizaje), y con cierto aire a comuna marxista (los omnipresentes productos de marca Dharma como una economía estatal, los uniformes, etc). Esta iniciativa Dharma es sustituída por los Otros, una especie de culto mistérico, basado en rituales iniciáticos y varios niveles de conocimiento. El líder de esta secta es el único interlocutor con un poder superior, del que obtiene "verdades reveladas".

Y sin embargo, Perdidos no opta por la religión entendida de una forma tradicional, esto es, el cristianismo. La religión de los Otros tiene cierto misticismo de aire new-age, utilizando trucos de pseudociencia, tratando de envolver pensamientos mágicos bajo ropas científicas (el Incidente, causado por una "bolsa de energía", la máquina del tiempo de Dharma, que es destruída para poder mover una rueda más propia de algún templo de Indiana Jones, las teorías de Faraday, el científico loco, etc. ). La mitología creada alrededor del culto a la Isla es bastante complicada, y ahí es donde Perdidos refleja bien el espíritu de los tiempos, y es que es una serie nacida tras la muerte de las grandes ideas, representadas en la Iniciativa Dharma (utopía científica y social), creando un culto sincrético entre todo tipo de ideas comunes a diversas pseudociencias y misticismos.

Pero no es este el único aspecto en el que Perdidos se revela como la serie que mejor refleja la primera década del nuevo milenio. Me gustaría hablar de un par de cosas más, como la metaficción o la toma de consciencia de los personajes respecto a los trucos de guión que hemos visto en los últimos episodios y las teorías conspiranoicas, que también están relacionadas de alguna forma con el pensamiento mágico. Espero sacar tiempo para desarrollar estas últimas ideas y quizá pulir un poco más el tema de ciencia frente a mística.

jueves, 11 de marzo de 2010

Ballardiana

Ballard creo toda una mitología alrededor de nuestra fascinación por los coches. Supo ver cómo nuestras vidas giran alrededor de un vehículo: las ciudades no están hechas para andar, están hechas para conducir, el coche es uno de los símbolos de status más claros de nuestra sociedad, en nuestras masificadas ciudades nos pasamos más tiempo en los atascos que en casa, en esa especie de no-lugares que son las autopistas urbanas. Esas islas de cemento son no-lugares, sitios por donde pasan a diario miles de personas, pero donde nadie está.No sé si Ballard llegó a conocer Carhenge, pero cuando ví una serie imágenes como esta por primera vez, la asociación mental fue inmediata. Un templo formado por restos de coches, esta extraña estructura está en esa extraña zona entre la genialidad y la locura. Una especie de mash-up cultural entre los cultos mistéricos primitivos y la religión tuning del futuro, esta extraña estructura está en esa extraña zona entre la genialidad y la locura. No en vano, su creador, un tipo llamado Reinders, lo consagró en el solsticio de verano del 87. El siglo XX en su máxima expresión.

jueves, 4 de marzo de 2010

Duda sobre R. L. Stevenson

Leyendo un relato (El diablillo de la botella) de Stevenson en su tomito de la colección Maestros del terror de El País, me ha entrado una duda, y es que en sus últimas páginas, parece que este maestro ha dejado un agujero bastante gordo en su argumento, una pifia bastante importante.

Me explico: el relato trata de un hombre que compra una botella muy especial, pues contiene un pequeño diablillo que puede conceder cualquier deseo. Eso sí, esto tiene un precio, y es que si el poseedor de la botella muere, su alma irá derecha al infierno. Y la botella sólo puede cambiar de manos si alguien la compra, eso sí, tendrá que pagar menos que lo que le costó al poseedor actual, o la botella volvería a sus manos.

En el relato, Keawe, nuestro protagonista, compra la botella por cinco dólares, pide sus deseos y la vende por cuatro. Pero, por circunstancias diversas, vuelve a comprarla... por un dólar, con lo cual, ya no puede volver a venderla: tendría que valer cero dólares, y eso sería como regalarla, con lo cual no puede deshacerse de ella. Pero su mujer le da una idea: ir a una isla francesa, donde un dólar vale cinco céntimos, y asi podría venderla por cuatro.

Sin embargo, una vez allí nadie se la compra, y su mujer, desesperada, recurre a un truco para comprarla y poder salvarlo: convence a un viejo para que la compre por cuatro céntimos, y ella a continuación se la compra por tres. Así que el viejo compra la botella, y se la vende a la mujer. Pero cuando Keawe se entera de que ella se ha condenado para salvarlo, se decide a buscar un nuevo comprador, sea como sea...

Hasta aquí, la historia funciona muy bien. Puede parecer un embrollo condensado en unas pocas líneas, pero evidentemente, Stevenson lo cuenta bastante mejor que yo, y no hay mucha complicación para seguir cómo la botella cambia de manos. Pero llega un momento, justo después de cuando Keawe le vende la botella al viejo y ésta acaba en manos de su mujer en el que el hombre dice
Es un viejo truhán, te lo aseguro; y un estúpido también. Pues si ya era difícil vender la botella por cuatro céntimos, por tres será completamente imposible.

¡Un momento! Si nos atenemos a las reglas que Stevenson ha establecido en su relato, si el viejo ha comprado la botella por tres céntimos, y la mujer se la ha vuelto a comprar por otros tres... ¡la botella debería volver con el viejo! Sin embargo, Stevenson parece no darse cuenta de esto, por que el relato continúa como si el viejo la hubiera comprado por cuatro céntimos. ¿Qué sentido tiene esto?¿Acaso es un error de traducción?¿O es que Stevenson no se dio cuenta de tamaña pifia?