He escrito esto un poco rápido, sin darle demasiadas vueltas al asunto. Quería dejarlo escrito, ahora que cada vez aparece menos en la tele. Y es que, si algo no sale en la tele, no existe.
En su ensayo Perspectivas de guerra civil, Hans Magnus Enzensberger habla de la pérdida de sentido de las revueltas. Antes parecía que las guerras civiles, las revoluciones, se hacían por alguna causa, por equivocada o perversa que esta fuera, pero durante los últimos años, cada vez hay más guerras que no podemos explicar: no son una revolución, no hay una patria que defender, ni una religión, ni unas ideas. Simplemente, la voluntad de la guerra. Un montón de guerras eternas en África, sustentadas por los señores de la guerra, sin ningún interés más allá de perpetuar el combate. Nadie gana, ni nadie pierde. Pero no sólo en África encontramos esto. También en el corazón del primer mundo: barrios sumidos en constantes luchas entre bandas, sin más objetivo que pelear unos con otros. En sus palabras, hay un gran componente nihilista (Knut, va por ti...) en toda esta gente: su violencia no tiene ningún objetivo, más allá de perjudicarse a sí mismos. En concreto, Hans Magnus se centra algo más en los ghettos que han surgido en las ciudades europeas y estadounidenses, donde el único fin de las bandas es la degradación de su propio entorno: en países donde el estado se encarga de suministrar parte del bienestar social, la violencia se dirige contra los símbolos de este bienestar: se atacan las escuelas públicas, los centros de salud, el mobiliario urbano... Hasta conseguir que el estado deje de invertir en esos barrios.
Pero no sólo son las bandas quienes han entrado en esta espiral de la violencia por la violencia. También los supuestos movimientos comprometidos parecen haber olvidado todas las ideas, y haberse limitado a la protesta. Es lo que estamos viendo en Grecia. Todos sabemos cuál es la causa de las protestas, pero ¿qué pide esa gente?¿A qué va a conducir todo eso? Ellos mismos responden: "No tenemos nada que perder, ¿qué importa lo que queramos?"
Sigue habiendo protestas, pero no hay una alternativa. Aún arrastramos el efecto de la contracultura, la sobrevaloración de lo estético, donde lo importante no es conseguir un efecto político, si no la apariencia de los subversivo. No quiero repetirme demasiado, así que pego una parte de lo que ya dije en esta entrada:
En su ensayo Perspectivas de guerra civil, Hans Magnus Enzensberger habla de la pérdida de sentido de las revueltas. Antes parecía que las guerras civiles, las revoluciones, se hacían por alguna causa, por equivocada o perversa que esta fuera, pero durante los últimos años, cada vez hay más guerras que no podemos explicar: no son una revolución, no hay una patria que defender, ni una religión, ni unas ideas. Simplemente, la voluntad de la guerra. Un montón de guerras eternas en África, sustentadas por los señores de la guerra, sin ningún interés más allá de perpetuar el combate. Nadie gana, ni nadie pierde. Pero no sólo en África encontramos esto. También en el corazón del primer mundo: barrios sumidos en constantes luchas entre bandas, sin más objetivo que pelear unos con otros. En sus palabras, hay un gran componente nihilista (Knut, va por ti...) en toda esta gente: su violencia no tiene ningún objetivo, más allá de perjudicarse a sí mismos. En concreto, Hans Magnus se centra algo más en los ghettos que han surgido en las ciudades europeas y estadounidenses, donde el único fin de las bandas es la degradación de su propio entorno: en países donde el estado se encarga de suministrar parte del bienestar social, la violencia se dirige contra los símbolos de este bienestar: se atacan las escuelas públicas, los centros de salud, el mobiliario urbano... Hasta conseguir que el estado deje de invertir en esos barrios.
Pero no sólo son las bandas quienes han entrado en esta espiral de la violencia por la violencia. También los supuestos movimientos comprometidos parecen haber olvidado todas las ideas, y haberse limitado a la protesta. Es lo que estamos viendo en Grecia. Todos sabemos cuál es la causa de las protestas, pero ¿qué pide esa gente?¿A qué va a conducir todo eso? Ellos mismos responden: "No tenemos nada que perder, ¿qué importa lo que queramos?"
Sigue habiendo protestas, pero no hay una alternativa. Aún arrastramos el efecto de la contracultura, la sobrevaloración de lo estético, donde lo importante no es conseguir un efecto político, si no la apariencia de los subversivo. No quiero repetirme demasiado, así que pego una parte de lo que ya dije en esta entrada:
a contracultura se ha ido convirtiendo en la única alternativa "de izquierdas", y, al ser la contracultura una postura completamente nula políticamente, es como haber barrido del mapa a la izquierda. Desde el momento, allá por los años 60, en que era mucho más combativo y revolucionario fumarse unos porros o ir a un concierto que luchar por mejores condiciones laborales, la contracultura ha jugado a favor de los conservadores. Al negar toda acción política que no supusiera un cambio total del sistema, se han condenado a la inacción, pero, sobre todo, se han convertido en una élite intelectual y estética autocomplaciente, y, lo que es peor, demasiado convencidos de ser la punta de lanza de la revolución.Para quien haya llegado hasta aquí, y le apetezca seguir con el tema, dejo este enlace.