viernes, 1 de enero de 2010

Confesiones de un pecador justificado (II)

En una entrada anterior había utilizado ya este título, aunque era para hablar de televisión, y de algunos placeres (más o menos) culpables. Hoy vuelvo a utilizar el mismo título, pero esta vez, sí que es para hablar del libro de Hogg (aunque su título completo es Memorias Privadas y Confesiones de un Pecador Justificado).

La historia que cuenta es, hasta cierto punto, paralela a la que ya contó Dostoievski en Crimen y castigo. Para Raskolnikov, ciertas personas alcanzan por sus méritos una posición que les permite estar más allá de la ley. Pero, para el protagonista de esta historia, esta impunidad no se alcanza mediante ningún mérito, si no que es un don otorgado por dios a una serie de elegidos, una idea muy recurrente a lo largo de la historia que, en el caso de la novela de Hogg, parte de las teorías de una serie de teólogos puritanos británicos, que llevan al extremo la idea de la predestinación, es decir, que no existe el libre albedrío, y cada uno de nuestros actos está programado. Y, como toda la historia del universo ya está decidida desde antes de su creación, también está decidido quienes son aquellos que van a ser salvados y quiénes condenados. De esta forma, los que fueron elegidos pueden cometer cualquier fechoría sin poner en peligro su alma. Esta teoría se llama la justificación por la gracia.

El protagonista (y narrador) de esta historia es uno de esos justificados, un fanático y un auténtico miserable. No alcanza siquiera la categoría de malvado, ya que le falta la fortaleza de carácter de los grandes villanos de la historia de la literatura o el cine. Su maldad proviene más bien de un carácter ruin, envidioso y cobarde. Aunque quizá no sea del todo cierto que el protagonista sea este elegido, ya que a lo largo de la historia su papel se reduce a seguir los consejos de un misterioso personaje, una especie de doppelgänger que va manipulando al narrador, convenciéndole para que lleve a cabo los crímenes que ha planeado, y, finalmente, que mate a su hermanastro, para así poder heredar el título y la fortuna de su padre. El mayor interés de esta novela está en este doble, y su ambigüedad, la duda sobre si es un ser real, tangible, o sólo una proyección de una mente alucinada. Para despejar estas dudas, Hogg divide la novela en dos partes, y como preludio a la confesión de nuestro protagonista reescribe la historia desde un punto de vista externo a la historia. Este punto de vista objetivo sirve, por un lado, para confirmar la existencia del doble. Este personaje que siempre acompaña a nuestro pecador justificado se va revelando poco a poco como una presencia demoniaca, cuyo objetivo es arrastrar a ese elegido de Dios a un camino de pecado, directo al infierno.

Por otro lado, otra de las cosas que consigue este preludio, aunque no sé si era lo que pretendía Hogg, es añadir una dosis de humor a varias escenas de la posterior narración en primera persona: las veces en las que aparece el protagonista desde este otro punto de vista se le retrata como verdaderamente es, cobarde y mezquino, mientras que en esas mismas escenas, narradas por él mismo, aparece como un justiciero y convierte un par de escenas en las que es apaleado en terribles combates en los que consigue finalmente hacerse con la victoria.

Estas Confesiones... tienen, sorprendentemente para la época y el lugar en que fueron escritas, un tono bastante anticlerical, siendo una crítica demoledora hacia todos aquellos que a lo largo de la historia se han proclamado como portavoces de los dioses. Hogg, con el pecador justificado, crea a un personaje memorable: vil, cobarde, mezquino... pero terriblemente humano a pesar de sus miserias. Este personaje es, sin lugar a dudas, lo mejor de la novela. Si he de señalar un defecto en esta novela, es que Hogg no parece saber cerrar a tiempo su historia, alargando innecesariamente las vicisitudes del pecador justificado, y añadiendo un epílogo que no aporta nada a la historia. Pero, exceptuando esas últimas páginas, el resto es una novela bastante buena, muy recomendable para los que disfruteis del placer morboso de indignarse ante discursos capillitas (como los de Juan Manuel de Prada, jeje).

2 comentarios:

Llosef dijo...

¡Buf! La leí hace demasiados años como para entrar en detalle. Sólo recuerdo que me gustó a ratos, y que una de las dos partes me pareció bastante mejor que la otra, pero ya me dirás si esto vale para algo...

Lo que sí vale es tu comentario, que como todo lo que está bien hecho y con corazón, anima a leer lo que se comenta. Y me han entrado ganas de releer al viejo pillastre de Hogg.

Marucha dijo...

gracias por este resumen tan bien elaborado.
que este año traiga la realización de tus sueños.