martes, 30 de junio de 2009

Core Dump (IV)

Estos días estoy recuperando el hábito de escribir de forma más o menos regular tanto en este blog como en el otro. Sin embargo, las dos últimas entradas que he escrito se han tenido que quedar a medias: tenía unas cuantas ideas para desarrollar, pero acabé pasándome de espacio. En definitiva, nada inusual en este blog, hay unas cuantas entradas que tienen un solitario (I) a su lado, esperando a que llegue su segunda parte algún día.

Hoy quería retomar una de las cosas de las que iba a hablar un par de entradas atrás, en el tercer Core Dump. La historia de lo que quería contar empieza hace tiempo, sin embargo, creo que no hace falta andarse (aún más) por las ramas. Alguna vez he hablado por aquí de un pequeño placer culpable, y luego he descubierto que era algo compartido por algunos de los que os pasais por aquí de vez en cuando, y es que, cuando iba a casa de mis padres, cuando volvía los sábados por la noche, aburrido de poner siempre los mismos discos en el coche, empecé a escuchar el programa de Iker Jiménez, y al final he acabado aficionandome a él. No me gusta cuando se ponen a hablar de psicofonías u ovnis, pero me encantan las secciones de curiosidades misceláneas, y ver cómo el pobre Iker intenta mantener el equilibrio entre sus colaboradores, desde alguno que es bastante incrédulo hasta su mujer, una conspiraonica de pro. De vez en cuando hablan de curiosidades de la historia o la (pseudo)ciencia y de conspiraciones. Creo que este programa resulta muy interesante, permite en el fondo adoptar la postura de escéptico de mierda (o mierda de escéptico) de la que habla Knut. Por cada dato que dan hay que arrugar un poco la nariz, aunque la verdad es que pocas veces entran en terreno pantanoso, el programa parece tener una audiencia bastante grande, y la profundidad suele estar reñida con la popularidad. Sin embargo, resulta curioso mirar, como dirían ellos, al otro lado, al lado de los creyentes, de los que cuelgan el poster de Mulder en su despacho.

Al final, de escuchar el programa de vez en cuando, he ido guardando algunos nombres en la memoria, y, el otro día, echando un vistazo en la sección de ciencia ficción de la biblioteca de Pléxor, encontré un libro cuyo nombre me sonaba: El manuscrito Voynich. No habían hablado nunca de él en un programa, sin embargo, sí que era un tema muy milenario, así que me animé a coger el libro. Para quienes no hayan oído hablar nunca del tema, es un manuscrito medieval (alrededor del S. XV), lleno de extrañas ilustraciones, y, lo más curioso: escrito en un lenguaje desconocido. El manuscrito permanece sin descifrar, a pesar de que han trabajado con él algunos de los mejores criptoanalistas y expertos en lenguajes del mundo. Su contenido es un misterio.

El libro tiene una estructura un poco caótica, entremezclando los episodios de la vida de Voynich con la de Roger Bacon, algunos intentos de descifrado del texto, para a continuación dedicar un capítulo a la criptografía y luego retomar los intentos de descifrado. Todo parece desorganizado, sin embargo, la lectura es muy amena, y a medida que vas leyendo vas descubriendo que cada dato que proporciona el autor está en su preciso lugar, dando una lógica interna a la confusa estructura de los capítulos. Como decía, la estructura es un poco laberíntica, con una primera parte histórica, donde cuentan la historia de Voynich, el librero que lo encontró, mezclada con la vida de Roger Bacon, el primer intento de descifrado y la historia del manuscrito. La segunda parte empieza con una introducción a la criptografía medieval antes de pasar a los posteriores intentos de descifrado. En la tercera parte, el libro me dio una pequeña decepción.

En el segundo capítulo cuenta la historia de William Newbold, el primero en intentar descifrar el manuscrito, y trata de explicar el absurdamente enrevesado método de descifrado usado por este hombre, una mezcla entre micrografía, anagramas, criptografía y algún que otro método más imaginativo. Con este método, Newbold fue capaz de descifrar grandes partes del texto, sin embargo, la principal crítica a su descifrado era que tenía varias etapas donde la imaginación del descifrador jugaba un papel muy importante. Sin embargo, Newbold se las apañó para conseguir texto descifrado que más o menos casase con sus teorías sobre Roger Bacon y que estuviera relacionado con las extrañas ilustraciones del manuscrito. Los autores del libro, tras criticar la labor de Newbold, al final del libro caen en los mismos errores, al no querer limitarse a narrar los intentos fallidos de descifrado, y aventurarse a proponer una solución al misterio. No voy a entrar en detalles de su propuesta (me parece un poco absurda) pero resulta lamentable que, tras hacer un análisis serio y detallado de la historia del manuscrito y de los fallos de los criptoanalistas que se han enfrentado a él, caigan en los trucos más baratos para justificar su teoría, que sólo se sostiene usando mucho la imaginación para ver lo que los autores quieren que veas, y lo que es aún peor: como su teoría podría explicar una pequeña parte de las ilustraciones del texto, deducen de ello que es válida y serviría para el resto del manuscrito.

No quiero alargarme más. Como curiosidad, he descubierto que Iker sí que hizo un programa sobre el manuscrito, pero en la televisión. Estuve echando un vistazo, pero acaban hablando de una teoría que une al manuscrito con los cátaros, pero que no deja de ser una teoría sin pies ni cabeza. Es una pena, la gente quiere creer.

sábado, 27 de junio de 2009

En el principio... fue la línea de comando

Hay mucha gente que considera los ordenadores (o la combinación de hardware y software) como simples herramientas, o, en el peor de los casos, un trasto que no da más que disgustos. Un ordenador ha acabado siendo una caja negra, un aparato con el que la gente interactúa constantemente sin la más mínima idea de qué está haciendo o cómo funciona. Lo que pasa entre un click y el refresco de la pantalla es un total misterio, pero a la gente parece que no le importa, lo aceptan como algo natural.

Pero ahora, alejémonos de los ordenadores, para hablar de un libro: En el principio... fue la línea de comando, de Neal Stephenson. Este libro no habla de tecnología, o al menos, no es un libro técnico. No hay código, no se explican algoritmos, ni el estándar POSIX. Cualquier persona que haya usado un ordenador podría leer este libro. De hecho, cualquier persona que use un ordenador debería leer este libro, ya que es un libro sobre personas y sociedades, no sobre máquinas y programas. Stephenson habla de las formas de interactuar con los ordenadores, las ubicuas interfaces gráficas de usuario (GUI), construídas como metáforas visuales de lo que hay por debajo, metáforas que normalmente no somos capaces de ver, tan acostumbrados estamos a ellas: el escritorio, las carpetas llenas de documentos, en fin, un montón de paralelismos de las actividades que realizamos a diario para enmascarar complejos y fríos algoritmos.

Para criticar estas métaforas, que han convertido los ordenadores en aparatos poco manejables, Stephenson crea una serie de contrametáforas: quizá la más famosa sea la de los sistemas operativos como coches:

Imagínense un cruce de carreteras donde hay cuatro puntos de venta de coches. Uno de ellos (Microsoft) es mucho, mucho mayor que los demás. Comenzó hace años vendiendo bicicletas de tres velocidades (MS-DOS); no eran perfectas, pero funcionaban y, cuando se rompían, se arreglaban fácilmente. Enfrente estaba la tienda de bicicletas rival (Apple), que un día empezó a vender vehículos motorizados: coches caros, pero de estilo atractivo, con los mecanismos herméticamente sellados, de tal modo que su funcionamiento era algo misterioso. [...] Al final la tienda grande acabó por sacar un coche en toda regla: un monovolumen colosal (Windows 95). Tenía el encanto estético de un bloque soviético de viviendas para obreros, perdía aceite y le estallaban las bujías, pero fue un éxito tremendo. Poco tiempo después, sacaron también un enorme vehículo para la circulación fuera de carretera destinado a usuarios industriales (Windows NT), que no era más bonito que el monovolumen, y sólo algo más fiable.

Al otro lado de la carretera hay dos competidores que llegaron más recientemente. Uno de ellos, (Be, Inc.) vende batmóviles plenamente operativos (los BeOS). Son más bonitos y elegantes incluso que los eurosedanes, mejor diseñados, más avanzados tecnológicamente y al menos tan fiables como cualquier otra cosa en el mercado: y sin embargo son más baratos que los demás.

Con una excepción, claro: Linux, que está enfrente mismo, y que no es un negocio en absoluto. Es un conjunto de tiendas de campaña, yurtas, tipis y cúpulas geodésicas levantadas en un prado y organizadas por consenso. La gente que vive allí fabrica tanques. No son como los anticuados tanques soviéticos de hierro forjado; son más parecidos a los tanques M1 del ejército estadounidense, hechos de materiales de la era espacial y llenos de sofisticada tecnología de arriba abajo. Pero son mejores que los tanques del ejército. Han sido modificados de tal modo que nunca, nunca se averían, son lo bastante ligeros y maniobrables como para usarlos en la calle y no consumen más combustible que un coche compacto. Estos tanques se producen ahí mismo a un ritmo aterrador, y hay un número enorme de ellos alineados junto a la carretera con las llaves puestas. Cualquiera que quiera puede simplemente montarse en uno y marcharse con él gratis.

Esta es la primera de una serie de metáforas que permiten hablar de sistemas operativos, software, hardware, hackers, etc, de tal forma que cualquiera pueda leer el libro. Neal Stephenson critica a Apple y Microsoft con sus mismas armas: las metáforas para esconder la increíble complejidad de lo que está ocurriendo detrás de la pantalla que ves ahora mismo. Plantear la metáfora de los coches ya ha ocupado buena parte de la entrada, y no quiero cansar a ningún lector, así que dejaremos toda la chicha del libro para el futuro :)

P.D.: este libro está escrito con el espíritu del software libre en mente, y la traducción al español está libremente disponible en esta página.

lunes, 22 de junio de 2009

Core dump (III)

Hace poco, leyendo la última entrada de La navaja en el ojo, me han entrado ganas de escribir algo por aquí. El texto que ha traducido refleja bastante bien situaciones que yo, y supongo que muchos de vosotros, como bloggers, habeis sentido alguna vez. Esa especie de necesidad de escribir algo, sin saber el qué, o andar pensando en cosas que te gustaría contar, y, sin embargo, no consigues nunca ponerlas por escrito. A medida que va pasando el tiempo, puede resultar difícil mantener un blog, y escribir de manera constante. Siempre hay etapas de mayor y menor actividad, dependiendo del tiempo libre y de la inspiración que tengamos, pero también hay otras en las que, al menos a mí, se me ocurren un montón de ideas de las que me apetecería hablar, pero no me animo a ponerlas por aquí, y es que llega el momento en el que un blog pasa a tener una especie de vida propia, y hay ciertos temas que sabes que no quedarían bien, que serían una traición al espíritu del blog. De eso habla el quinto punto de esa lista, de la integridad de un blog.

Sin embargo, creo que esa lista no habla sólo de bloguear sin obligaciones, si no también de no bloguear sin necesidad. Un blog es una plataforma muy inmediata. Apenas llevo sentado delante de esta caja de texto diez minutos y ya he escrito toda esta parrafada. Además de escribir hay que pensar: pensar bien en qué se quiere decir (es la parte más difícil) y sobre todo, si merece la pena decirlo. Al final, son muchas más las veces en las que no escribo algo que aquellas en las que acabo pulsando el botón de Publicar Entrada, dudando acerca de si lo que acabo de escribir me va a interesar sólo a mí o a alguien más, como supongo que os pasa a cualquiera de los que pasais por aquí. A todos los que sois más o menos habituales os considero gente inteligente, viendo cómo escribís siento auténtica admiración, con algunos puntos de envidia, seguramente tendreis una opinión formada acerca de un montón de temas que van surgiendo en el día a día. Cualquiera que lea las noticias tendrá una opinión sobradamente formada sobre, no sé, por ejemplo, Esperanza Aguirre. Y en más de una ocasión dan ganas de coger el teclado y... y ahí aparece el concepo de integridad, muy difícil de solventar. Acostumbrado a pasar por foros y poder discutir de cualquier cosa, en ocasiones es un poco frustrante quedarte con las ganas de escribir sobre algún tema, y también cuando lo escribes y el debate que esperabas no llega. He intentado esquivar este bloqueo creando otros espacios. Durante un par de años escribí bastante en fotolog, aunque he ido dejándolo cada vez más. Ahora estoy escribiendo cosas cortitas en ese blog que tengo anunciado a la derecha, volviendo a disfrutar de la escritura, es un espacio nuevo, y aún no tiene ningún tipo de integridad, con lo que cabe cualquier cosa.

Y, en realidad, quería hablar de otras cosas, pero al final, creo que estoy escribiendo demasiado. Quizá continúe en un nuevo volcado de memoria.

viernes, 5 de junio de 2009

La última carta

Cada vez que viajo me da la sensación de que es un medio de transporte... soviético. He hecho varios viajes en tren leyendo Vida y destino, y la línea que une Santander y Madrid, con ese aspecto tan dictatorial, con grandes estaciones prácticamente en desuso, pasar por Reinosa, con ese aspecto tan industrial, tan frío, tan... soviético. Así que ayer, ya que tenía que hacer ese viaje, volví a retomar a Grossman.

He hablado alguna vez de Vasili Grossman en este blog, aunque nunca he encontrado la ocasión de darle algo de protagonismo. Quizá por que Vida y destino es una obra demasiado grande como para poder abarcarla de manera apropiada. No me veo capaz de escribir algo sobre el libro que no esté dicho en él, en sus páginas está contenida la humanidad, desde los más poderosos a los más insignificantes, y todos los sentimientos de la humanidad, sean los más bajos instintos o los deseos más elevados. Wiseman con su película La derniere lettre tampoco busca abarcar toda la obra, si no que se centra en un único capítulo, en concreto, el número 17. Y es que la organización de Vida y destino, formada por decenas, quizá cientos de pequeñas historias, las historias de personas, de individuos, que se vieron arrastrados por la marea de los totalitarismos, donde la unidad de medida no es el hombre, si no los millones, permite tomar al azar cada una de estas historias e interpretarla como una entidad propia. Grossman permite que estas personas que se vieron anuladas en la guerra tengan voz propia, y puedan contar su historia, lejos de los diagramas de frentes cambiantes y movimientos de batallones. No son historias de ejércitos ni héroes, si no simplemente, personas.

Pero este capítulo no está escogido al azar. Este capítulo es, sin lugar a dudas, el más duro de toda la novela. Anna Semionova, una anciana judía, le escribe una carta a su hijo, Vitya, mientras espera su fatal destino. En La última carta se tocan temas de los que es muy difícil hablar. ¿Cómo se puede hablar de uno de los hechos más horribles de nuestra historia?¿Cuál es el enfoque apropiado ante la muerte y el sufrimiento de tantísima gente?

La primera visión cinematográfica sobre los campos de exterminio fue Noche y niebla. Y con estos materiales es como Wiseman trata de aproximarse a la historia de esta última carta. Un blanco y negro dramático, un espacio vacío, y una anciana leyendo en voz alta la última carta que escribirá a su hijo antes de morir. Esta anciana nos habla de su sufrimiento, lo vemos en la expresión de sus ojos, en cómo retuerce las manos, pero también nos habla del sufrimiento de millones de otras personas. En ocasiones, las sombras se multiplican, como los espectros que acompañan a esta mujer hacia su destino, otras veces, el horror no puede ser expresado con palabras, sólo como una sombra que se desvanece.

Como ya he mencionado en el segundo párrafo, Grossman no habla de grandes gestas, si no de personas. En un siglo marcado por la aparición de los totalitarismos y las grandes ideas, sea la raza, la patria, la utopía, la idea más pequeña fue destruída, la idea del individuo como unidad de medida, y no como partícula de un ente abstracto. Y ante el holocausto, Grossman da voz a una única mujer. ¿Cómo puede expresar una única anciana el horror de tanta, tantísima gente? Sin embargo, la historia de una persona puede resultar mucho más escalofriante. Se atribuye a Stalin la frase que dice que la muerte de un hombre es una desgracia, pero que la muerte de un millón es sólo estadística. Quizá por eso sea mucho más descorazonador el relato de esta anciana, no sólo por su terrible destino, si no también por la complicidad de todos los que no hicieron nada para evitarlo. Por aquellos que se alegran de la llegada de los alemanes, por la mujer que la echa de su propia casa aprovechando que los nazis la han convertido en menos que un ser humano, o por los que se pelean por quedarse sus sillas mientras ella deja su casa camino del ghetto, o por el judío que colabora con los nazis, extorsionando a sus semejantes, con la vana esperanza de salvar su vida. En la historia de Anna Semionova vemos lo más oscuro y lo más cruel, pero también hay lugar para pequeñas alegrías y para la esperanza.

Es difícil resumir este simple capítulo, pues en él está contenido el ser humano. En él se cuenta toda una vida, y a la vez, cientos de otras vidas. Es el testimonio de toda una vida, todo el amor que una madre quiere enviar a su hijo, por que la muerte la acecha y nunca volverá a verlo. Es imposible hacerle justicia con estas palabras. Pero ahí están el libro, y esta película como la manera más cruda de traducir la carta de Anna Semionova en imágenes, la manera más fiel. Sin artificios, sin dramatismos. Las palabras de una madre, y nada más.

martes, 2 de junio de 2009

Penas y glorias en papel

Como decía en la anterior entrada, llevo una temporada en la que me da un poco de pereza coger un libro nuevo. Leo de vez en cuando un relato de un libro que tengo a medias desde hace meses, he leído un montón de cómics, y, sobre todo, he leído muchas revistas. He encadenado unos cuantos viajes largos en autobús y tren, así que, para no aburrirme demasiado, me compré unas cuantas revistas. Y, claro, se han ido amontonando en casa, y de vez en cuando cogía una y leía alguna noticia, o algún artículo. No soy uno de esos lectores que se leen la prensa de cabo a rabo, prefiero ir picoteando, desde lo que más me interesa hasta que ya haya leído todo lo que me llamase la atención. Y quizá entonces lea lo que no me interesa.

De todas las que he comprado, hay dos que me han dejado con una sensación ligeramente agridulce, las dos son revistas sobre música. La primera, el Popu, y la segunda, la This is Rock. Nunca he sido un lector habitual de revistas de música, al fin y al cabo, en Internet se puede encontrar mucha más información, pero sí que compraba de vez en cuando la This is Rock. Es una revista que pretende ser seria, centrarse en el rock n' roll más clásico, en los grandes grupos de los setenta, y no hacer demasiado caso de la veleidosa actualidad. Sin embargo, leerse varias entregas de esta revista puede agotar, precisamente por su estrechez de miras. Siempre se agradecen los mastodónticos reportajes sobre grupos poco conocidos de los años setente, pero desde luego deberían recortar bastante el contenido sobre segundones y estrellas de capa caída del AOR y el hard rock más melódico. Es una pena que en la sección de reseñas de discos del mes, salvo las reediciones de clásicos, la mayoría son discos de los que me da pereza hasta leer la reseña. Y, sobre todo, lo peor de la revista es la infame calidad de los textos. Se puede perdonar en un fanzine, pero en una revista con una edición cuidadísima y que vale cinco eurazos, deberían poner más atención en la correción de los textos, o quizá contratar a alguien que sepa escribir. Sé que lo que importa es el contenido, y desde leugo, los escritores saben muchísimo, y eso se nota en cada reportaje, con cientos de datos, anécdotas y un montón de información para poner el contexto de lo que están contando. Pero a la vez, es insufrible leer textos mal puntuados, llenos de faltas de ortografía (es díficil ver una tilde), escritos atropelladamente, como si fueran un trabajo de un alumno de E.S.O. y no de un redactor profesional. Eso, por no hablar de las traducciones, que nos demuestran por qué no debe confiarse en el traductor de Google si se quiere obtener un resultado profesional.

En cuanto al Popu, me lo compré una vez, por curiosidad, después de tanto leer sobre la revista en el foro de Riff, y la verdad es que me gusta bastante por toda la mitomanía que se nota en la revista, por ese fanatismo por una época concreta, pero, al contrario que en la This is Rock, este interés no resulta un corsé que limita la revista, si no que sirve para enriquecerla, por que no es sólo interés en la música, si no también en el cine, los libros, etc. Sin embargo, en ocasiones esta mitomanía juega en contra de la revista, con algún redactor demasiado fanático, me viene a la mente el reportaje sobre la última película de Mickey Rourke. En ocasiones parecía que el escritor estaba defendiendo a su equipo desde las páginas del Marca, y no comentando la carrera de un actor. Creo que el estilo cercano y sencillo es una de las señas de identidad de la revista, pero aquella reseña parecía escrita por un fan quinceañero.