martes, 19 de febrero de 2008

Después del final

Desde pequeño me han gustado las historias post apocalípticas. Cosas que para el común de los mortales resultan un truño insoportable, a mi me fascinaban. Y esa es la palabra: fascinación. La posibilidad de asomarme a un mundo que ya no es el nuestro, y ver como la gente trata de sobrevivir después de perder todo lo que nos es cotidiano. Dentro de este género, las historias de zombies son una de las más interesantes, sin embargo, en pocas ocasiones la atención va más allá de un entorno pequeño, y un número reducido de personas tratando de sobrevivir. El interés sigue estando en ver cómo esa gente trata de adaptarse a una situación totalmente nueva, dejar atrás la mentalidad de cualquier persona del S. XX. Y es que no nos damos cuenta de cómo nuestra forma de vida es completamente dependiente de un montón de estructuras muy frágiles, desde la electricidad hasta cosas más básicas como la comida o el agua, y si perdemos todo este cascarón social, somos unas criaturas muy indefensas. Pero, como digo, el género zombie no resulta el más interesante para mirar más allá del día del apocalipsis, pues la mirada es muy cerrada, y, sobre todo, por que en la mayoría de películas no existe la esperanza de llegar a un mañana mejor. Sólo la incertidumbre de cúando llegará el final definitivo.

Y, aunque parezca mentira, la esperanza es algo muy importante es estas historias: la esperanza de superar la crisis y volver al pasado, que, aunque reciente, ya es idílico. Esa esperanza es la que anima a los supervivientes en el día a día, lo que da sentido a muchas de estas historias, pues es una razón para luchar y seguir adelante.

Como dije antes, por esto me gustan cosas que a casi todo el mundo le parecen infumables. Una de ellas es "Mensajero del Futuro". Es un ejemplo claro de lo que suelo buscar en historias de este tipo: preocuparse poco por la causa del desastre, y centrarse en la vida de los supervivientes. Esta es una de las cintas en las que la esperanza en la reconstrucción es más importante. Ver como la sociedad se reconstruye poco a poco, en esas fortalezas aisladas, y, contra ellos, el afán destructor del general Bethlehem. Y no sólo está la historia de fondo, si no el entorno, que es una de las cosas que más me gusta de la peli: tanto las ruinas del mundo antiguo como las primeras construcciones del nuevo están muy conseguidas, y, sobre todo, los supervivientes: la caótica sociedad surgida tras el cataclismo, tanto en el lado de la gente de a pie como en el del ejército de Bethlehem.

Pero no quería extenderme demasiado en esta peli, salvo para decir que ganaría bastante recortando algo el final: la esperanza está bien, en justa medida, pero no creo que fuera necesario cerrar del todo la historia y pasar página de esa forma. Me gustaría hablar un poco más de la serie de dibujos animados de los Inmortales, aunque mi recuerdo sobre ella es bastante difuso. Sin embargo, los conceptos básicos que he comentado para Mensajero del Futuro se repiten en esta serie.

Mi reflexión sobre todo esto ha venido tras la lectura de "The Road", de Cormac McCarthy. La historia gira alrededor del viaje de un padre con su hijo a través de unos Estados Unidos desolados tras una catástrofe desconocida, es una visión sobre todo esto comentado antes, pero a la vez completamente distinta. Existe la esperanza, pero sin embargo, es vana, muy vana. El protagonista ha de forzarse continuamente a si mismo para encontrarla, para dar con una razón para seguir adelante, día a día. Por que el mundo ahora es un lugar arrasado, sombrío, y, ante su rectitud y firmeza de espíritu, el resto de supervivientes ha caído en el horror, el viejo dicho del lobo para el hombre, y ante esto, no queda ninguna esperanza de un mañana mejor. Mc Carthy consigue transmitir a la perfección este horror, la tensión de tratar de seguir adelante, la volundad de no ser sólo una presa para la gente que ha retrocedido a su estado más primigeneo. Consigue hacernos sentir el terror que sienten el padre y el niño, y, sobre todo, juega con nosotros para buscar la empatía: sentir a la vez la desesperanza y la necesidad de tener un último clavo al que agarrarse: la ética, como lo único que ha sobrevivido con ellos a la catástrofe.

Todo esto es narrado de una manera brutal, sin concesiones, ni para los dos protagonistas ni para el lector, que siente en sus huesos sus penurias, y en su alma la lucha para no sucumbir ante un mundo muerto. A los que abrais las páginas de este libro, abandonad toda esperanza